lunes, 31 de agosto de 2009

Retos en el Noroeste de África


Juan Rodríguez Betancor

No me encontraba en la Isla cuando el sociólogo Mohamed Cherkaoui vino a presentar su libro “El Sahara, vínculos sociales y retos geoestratégicos” (Siglo XXI Editores – Madrid 2009); cosa que lamenté pues desde que se publicó la primera edición inglesa no he dejado de recibir referencias de este exhaustivo análisis sobre la evolución de la integración social de saharauis y marroquíes. No en vano, al profesor Cherkaoui le precede un merecido prestigio como estudioso de las ciencias sociales, tanto en Marruecos como en Francia.

Afortunadamente, mi ausencia fue tenida en cuenta por un amigo marroquí que me reservó un ejemplar del mencionado libro, cuya lectura he compatibilizado con la información que en este mes de julio está ocasionando la conmemoración del décimo aniversario de la entronización de Mohamed VI.

De una primera lectura del estudio de Cherkaoui constato una obviedad: Treinta años de convivencia son suficientes para entrelazar a los saharauis que quedaron en la antigua posesión española con los marroquíes del Norte y con los otros saharauis que con anterioridad al año 1975 habitaban el espacio que va desde el entorno de la cuenca del Drâa hasta el Paralelo 28º. No es que haya cambiado el modo de ocupar un territorio. Se continúa a la manera de cómo lo hacían Atila, los Cruzados o los Almorávides, por citar todas las tendencias. Pero exceptuando aquellas ocupaciones que llevan implícita la misión de la segregación entre los ocupantes y los primitivos residentes –caso de Israel en Palestina-, la integración social es por lo general la voluntad política de cualquier ocupante con motivaciones históricas.

Eso es lo que viene a evidenciar el sociólogo Cherkaoui a través del estudio de 30 mil contratos de matrimonios llevados a cabo en el Sahara desde 1960 hasta 2006; partiendo de una hipótesis muy extendida, según la cual en el desierto la endogamia era una práctica habitual.

Lo que Cherkaoui descubrió con su investigación es que en las últimas décadas los matrimonios exógamos entre saharauis y marroquíes han aumentado progresivamente, resolviéndose con esos vínculos sociales el reto geoestratégico que Rabat se planteó en el momento de la ocupación de la antigua posesión española.

En el libro del profesor Cherkaoui no incluye lo que ha ocurrido en Tinduf, pero no es necesario estudiar muchos contratos matrimoniales para deducir que allí ha pasado algo parecido, pero por otras cuestiones políticas y de índole demográfica la integración social se ha dado entre saharauis de diferentes procedencias (Malí, Mauritania, Marruecos, Argelia y la antigua posesión española). Lo cierto es que entre ellos no existen diferencias desde el punto de vista antropológico y sociológico. Con lo cual, no han hecho más que repetir las prácticas endogámicas que desde hace siglo constituye la tónica habitual en el desierto.

Sin embargo, la práctica inexistencia de uniones familiares entre argelinos y saharauis, lejos de ser un escollo en sí mismo, podría facilitar en su momento que todos los saharauis (puros o en amalgama con marroquíes del Norte) que habitan desde la ribera atlántica hasta el meridiano que separa el Sahara argelino del de Libia y el Níger, puedan valorar su identidad saharaui y las ventajas que ofrecería una región del Gran Sahara, dotada de una amplia autonomía, aunque figure ligada a Marruecos por conveniencias estratégicas y de seguridad.

Ese es el temor de Argelia, de cuyas élites no es previsible que surjan medidas administrativas acordes con las especificidades de los saharauis que habitan su vasta región del Sur; porque a diferencia de lo que el profesor Cherkaoui manifiesta que ocurre en el Sahara Occidental, en el Sahara argelino apenas hay integración social entre las poblaciones del Norte de Argelia y las del desierto. Al contrario, la integración llevada a cabo en Tinduf se ha producido entre saharauis originarios de la media docena de Estados que comparten el Sahara Central y Occidental (¿Qué sabe un nómada de fronteras rectilíneas e imaginarias como aquellas que la Conferencia de Berlín de 1884-1885 acordó que se trazaran?).

No obstante, el desierto y la ausencia de barreras naturales, encierran en sí mismo señas de identidad propias. Tan propias que es impensable que el centralismo argelino ponga una región rica en yacimientos de gas y petróleo en manos de una administración autóctona, capaz de autogobernarse, aunque sea con el más modesto Estatuto de Autonomía que pudiéramos imaginarnos.

Juan Rodríguez Betancor es presidente de la Federación de Empresarios de Telde (Fetel).

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