domingo, 31 de julio de 2011

Lucha de clases, fascismo y nacionalismo en la Revolución bolivariana


Por: Amaury González Vilera
Fecha de publicación: 31/07/11


En una entrega publicada a finales de mayo, planteaba lo que parece ser un dilema presente en el proceso bolivariano, el cual ha consistido en un dinámica política orientada a la transformación social que parece oscilar entre la lucha nacional y la lucha de clases, lo cual adquiere matices polémicos en la medida en que se ha definido al Socialismo como la forma organizativa, como el sistema social, al cual debe enrumbarse el proceso de cambio que conocemos como Revolución bolivariana.

En esa oportunidad, destacamos el carácter complejo del debate sobre cómo lograr ese objetivo, sobre cuál debería ser el programa y los principios que debería seguir el sujeto del cambio para lograr la necesaria transformación social. Cómo ejemplo, citamos a un autor que en uno de sus artículos planteaba como uno de los temas objeto de debate, el papel que debe desempeñar la empresa privada en el proceso, surgiendo preguntas como ¿Debe o no desaparecer la empresa privada en el socialismo?, ¿Si no tiene por qué desaparecer, cual debe ser su papel? Y ¿En caso de que tenga que desaparecer, es el Estado el que debería ejercer la hegemonía socioeconómica, o más bien las comunidades organizadas? ¿Sistema mixto con efectiva regulación estatal?

Seguidamente, recordamos que, como es natural, estos debates han surgido y se han dado en otros momentos de la historia, por lo que nos pareció pertinente recordar el debate que se dio en los años 20 del siglo XX, entre Haya de la Torre, fundador del APRA (organización en la que se inspiró Acción Democrática), y José Carlos Mariátegui, aquel que diría que el socialismo en nuestras tierras no debe ser calco no copia sino creación heroica. En este sentido, establecimos una analogía entre las posiciones fijadas en esos años por esas figuras, y las posiciones que vienen expresándose en los debates que se dan hoy en Venezuela, preguntándonos si así como el Partido Socialista fundado por Mariátegui se encontró ubicado por sus principios y programa entre el APRA y la III Internacional, nuestro Psuv se ubicaba entre el Partido Comunista y Acción Democrática o, si más bien el Psuv no se parecía más –o una de sus corrientes principales- al APRA. Es así, como recordamos que en ese debate, Haya de la Torre representó el paradigma de la lucha nacional, así como Mariátegui representó el de la lucha de clases.

Hicimos énfasis en los tiempos históricos y geográficos que nos separaban del contexto en el que se dio ese debate –que como sabemos se fue decantando a favor de Haya de la Torre, más aún luego de la muerte del Amauta en 1930. Esta comparación nos llevó a plantear una serie de desafíos teórico – políticos como vía necesaria para definir cual sería la perspectiva de lucha más acertada en aras de la construcción de socialismo. Esos desafíos, planteados en otros espacios, en otros momentos, son los siguientes:

- Caracterización de la estructura de clases de la sociedad venezolana utilizando los marcos teórico-metodológicos más adecuados a nuestra realidad específica.

- Análisis en profundidad de nuestra estructura económica, de nuestro particular capitalismo rentista, como paso imprescindible en el propósito de construir el socialismo ¿Rentista?

- Investigar sobre las raíces de los desarrollos y tendencias económicas, políticas, culturales, sociales, militares, ecológicas, mundiales, las visibles y las que no lo son tanto, de manera que se puedan definir las alternativas históricas en función de, con las capacidades alcanzadas por la sociedad contemporánea, afirmar la vida humana.

De tal manera, reflexionamos sobre estos desafíos para la filosofía política, la ciencia, la organización y la voluntad, dejando claro que ya se han planteado posibles respuestas sin que éstas hayan sido reconocidas y difundidas como necesitamos, sugiriendo que posiblemente el desafío se supere sistematización mediante, y citando lo dicho por gente que va desde Jesse Chacón y Alí Rodríguez Araque, pasando por Aníbal Quijano, Alberto Flores Galindo y Amilcar Cabral, hasta Ludovico Silva, Dussel y Marcuse.

Hechos que expresan perspectivas de lucha

Dos hechos recientes han destacado la importancia de dar un debate en todos los espacios –dentro y fuera de la academia- en relación a la perspectiva de lucha que ha asumido el proceso bolivariano en su devenir, considerando siempre su carácter democrático y pacífico. Uno de ellos fue la deportación del director de Anncol y la reacción que suscitó en un sector de la izquierda; el otro, las sanciones impuestas a PDVSA por parte de EEUU y la consiguiente respuesta del gobierno y el pueblo venezolanos.

En el caso de la rápida extradición de Pérez Becerra, director de Anncol, hecho sobre el cual el propio presidente Chávez declaró que a aquel le habían tendido una trampa para afectarlo a él directamente, se llegó a decir que revolución no entrega revolucionarios. Desde la perspectiva de la lucha de clases, desde la solidaridad internacional o internacionalismo revolucionario, este hecho resultó contradictorio y preocupante. No olvidemos que si un proceso de transformación social es estructural y por tanto, si es una revolución, sería una ilusión pensar que ésta se puede realizar en un solo país. Pero, si la actual etapa del proceso corresponde a la creación de las condiciones mínimas necesarias orientadas a propiciar las rupturas con el statu quo, el papel y las decisiones de Estado en relación con otros Estados cobran mayor centralidad. Priva el realismo político. Más aún cuando las condiciones materiales, jurídicas, políticas y culturales para que haya revolución, por razones históricas, se vienen creando desde arriba, desde el propio Estado.

Si el Estado no hace la revolución por elementales razones estructurales, sí puede de otro lado garantizar las premisas sociales necesarias para trascender sus propios límites. Puede promover procesos de democratización, impulsar la producción, la construcción, el deporte, garantizar la salud y la educación, pero no transformar las relaciones de producción o instaurar una nueva visión de mundo. Para esto último, no se podría prescindir de instituciones educativas renovadas jurídico, político, cultural y prácticamente -una labor titánica que no se lograría sólo con la aprobación de una nueva Ley- ni tampoco de una renovación en el seno de la familia tradicional. Ya lo veremos. Ahora, los riesgos de este proceso se han comentado en los últimos años: que el impulso revolucionario sea reciclado y esterilizado por la estructura estatal heredada; que el bienestar alcanzado por grandes sectores de la población tradicionalmente excluida, reconcilie a ésta con el sistema, desdibujando así la posibilidad de la transformación radical; que ese mundo que muere pero que no termina de morir, se reconfigure alentado y propiciado por nuestros propios errores, pero también por las estrategias de desgaste que ha implementado el imperialismo desde el mismo comienzo del proceso en articulación con la oligarquía local.

Por otra parte, las sanciones a PDVSA y la consiguiente movilización patriótica de los trabajadores petroleros y del pueblo en general, constituye el otro hecho de importancia, que está relacionado con la perspectiva de lucha del proyecto bolivariano, recordando el debate que dejamos en entrega anterior sobre si aquí en Venezuela la lucha es –y más si se supone que vamos hacia el socialismo- de carácter nacional antiimperialista o, de perfil clasista, lo cual no excluye la perspectiva antiimperialista. Estas alternativas las planteamos como dilemas aunque dejando abierta la posibilidad de la falsedad de ese dilema. Porque, efectivamente, quien consideró tales sanciones –que atentan contra la decisión política soberana de nuestro país de comerciar con quien le dé la gana- como una ofensa contra la nación, como un ataque a Venezuela por medio de su principal industria, puede ser definido como un (a) patriota, un hombre o mujer con sentido de pertenencia a un particular terruño que alberga una determinada población que tiene su historia y sus mitos, una religión y una idiosincrasia y que no ha perdido la capacidad de indignarse ante las acciones de la “planta insolente del extranjero”. Sin embargo, este hombre y esta mujer, que bien puede ser un banquero, el camionetero de Pinto Salinas, una Madre del Barrio o una estudiante de odontología, en su indignación como venezolanos no son necesariamente chavistas ni mucho menos revolucionarios; incluso puede que sean hasta de oposición; incluso de la oposición no escuálida.

Ahora bien, tanto en el caso de la deportación de Pérez Becerra como en el caso de las relaciones comerciales de Venezuela con Irán –causa esgrimida por los EEUU para imponer las unilaterales sanciones- se trata de decisiones relacionadas con la política exterior soberana que viene desarrollando nuestro país, política orientada hacia la asunción de la multipolaridad mundial, y con los peculiares rasgos que han adquirido las relaciones colombo-venezolanas, en el interés de que nadie las descarrile. Entre las declaraciones que se hicieron luego de las movilizaciones en repudio a las sanciones imperiales, estuvo la de que el pueblo venezolano en su mayoría, y más allá de las posiciones políticas, se había plantado frente a la agresión a PDVSA, unos con más fervor nacionalista que otros, algunos calladamente desde la telepantalla de su hogar, otros desde la esquina del barrio fumando un cigarrillo con el compadre, otros desde la conversación de pasillo con el colega con quien me topé, en una afirmación que sugiere la postura y la idea del bloque o la clase nacional, más allá del estrato socioeconómico o de su pertenencia a alguna clase social -en el esquema clásico de burguesía y proletariado-, como la perspectiva más importante de la lucha en el actual contexto del proceso de cambio.

Esta perspectiva se ha expresado en una lucha política contra el Dpto. de Estado desde los mismos inicios del gobierno bolivariano, un forcejeo constante frente a la tradicional insolencia de las pretensiones mayestáticas de un gran hermano enfermizo y desesperado, en su persistente oligofrenia por el néctar petrolero. Y es aquí donde ha tenido predominio el discurso antiimperialista. Pero, tampoco es mentira que en Venezuela, como en todos los países de la región y del mundo, hay situaciones de injusticia social producidas por el capitalismo secular y, en el caso de nosotros, por un particular capitalismo rentista que ha dado lugar a una sociedad donde los ingentes ingresos por concepto de renta petrolera, nos trajo una pasmosa alienación, un desaforado consumismo y una cultura rentista que, como afirma Rodolfo Quintero, nos impuso desde formas de comer y vestirnos, hasta los deportes y la forma de transportarnos.

De tal manera, surge aquí la problemática de la caracterización de los diversos grupos sociales, en un contexto donde la lucha nacional parece predominar sobre la lucha de clases, y donde por tanto el antiimperialismo de la Nación-Clase se impone al internacionalismo proletario. A propósito de esto, no queremos sugerir una postura posmoderna diluyente de las contradicciones sociales. Estamos muy lejos de eso. Lo que si afirmamos es que esas contradicciones sociales no se dan entre una clase llamada burguesía y otra clase llamada proletariado, aunque de hecho en Venezuela haya burguesía y asalariados. No se si me explico. Lo ilustro con estos fragmentos de la obra Teoría del Socialismo, de Ludovico Silva:

“los revolucionarios de nuestro continente muy a manudo se han dejado deslumbrar por la oposición dialéctica clásica entre proletariado y burguesía”.

Pero el autor no se queda en esta observación. Conciente de estar reflexionando sobre un aspecto neurálgico para todo proceso revolucionario –el del sujeto de la revolución- , Ludovico recuerda la sangre que ha constado comprender que la oposición clásica proletariado-burguesía:

“se matiza gravemente en nuestros países no sólo por la existencia de diversos tipos de burguesía y proletariado, sino por la presencia activa de estratos sociales que no encajan dentro del esquema clásico”.

Lo decíamos en el escrito anterior, y si esto era cierto y empíricamente comprobable hace treinta años, hoy merecería un estudio detenido, minucioso, creativo, axiológica, metodológica y filosóficamente diferente, de manera que una caracterización adecuada de nuestros grupos sociales nos permita un diagnóstico que vaya más allá de la simplificación que significa decir que, como aquí hay 10 millones de asalariados, es entonces evidente que ahí está el sujeto revolucionario. Este es tema que merece su propio espacio, pero desde ahora podemos decir que no se pueden meter en el mismo saco social a un diputado de la Asamblea Nacional y a la Sra. que limpia en el Ministerio de Asuntos Coyunturales partiendo de que ambos son asalariados, como no se pueden igualar, en nuestras sociedades heterogéneas pero de difusión homogénea de mensajes por medio de las empresas de información, las aspiraciones y los deseos, el carácter y la ideología –entendida como falsa conciencia-, presentes en los diversos grupos o clases sociales que hacen vida en nuestra sociedad, como cualidades que tienen el poder de identificar dos grupos sociales económicamente diferenciados.

Recordemos que ante la pregunta sobre cual es la perspectiva de lucha dominante en el proceso bolivariano, planteamos que la respuesta vendría dada con la victoria sobre los desafíos teóricos ya mencionados. Y si lo que deja Ludovico en el fragmento citado no es un desafío no sé que es. Porque lo que parece cierto es que no son versos del poema “El sexo de los ángeles”, aunque la caracterización de la estructura de clases de nuestra sociedad pueda originar sin mucho esfuerzo una discusión bizantina.

Cuando hablamos de tomar en cuenta las aspiraciones, carácter, deseos e ideología, presentes en los diversos grupos sociales, queremos destacar tres ideas-fuerza que bien pueden servir de base a nuestras reflexiones:

- Relación circular entre el proceso material y el proceso intelectual, jurídico-político. La estructura económica tiene como expresión una superestructura ideológica con capacidad de incidir a su vez en el proceso económico. La consideración del carácter rentista de nuestra economía adquiere aquí tanta importancia como el hecho de que nuestra superestructura constituye una expresión del rentismo petrolero, lo cual sugiere desde ya los efectos culturales así originados.

- La estructura económica no siempre coincide con la estructura ideológica o, dicho de otra manera, la existencia social no siempre produce –mucho menos determina- una particular forma de conciencia. Conviene aquí considerar igualmente el carácter rentista de la economía, ya que quien capta la renta petrolera a través de un cargo público bien remunerado y sin que su trabajo implique mayor esfuerzo, puede responder a una estructura caracterológica identificable con la de un burgués o pequeño burgués promedio. Recordemos que si bien en nuestras sociedades persisten –más o menos veladas, en momentos explícitas y en otros implícitas- diversas formas de opresión y dominio, el éxito del capitalismo en gran medida ha consistido en hacer pensar a los de abajo como los de arriba; en haber logrado que los de abajo vivan “mirando a lo alto”.

- Una estructuración de clases en Venezuela debe incorporar los factores ideológico-subjetivos que pueden incidir en los procesos políticos. Si el lugar que ocupa el individuo en la estructura económica, hoy por hoy no es un determinante en la conformación de su visión del mundo, no lo es porque no sea un condicionante de gran influencia en esa dirección, sino porque no es el único condicionante en la conformación de la manera de ver y entender el mundo. Al lugar en la economía hay que acoplar el lugar ideológico, la subjetividad, el carácter, la conciencia, la voluntad, la cultura, la época, los casos particulares, el azar y los factores irracionales, en el propósito de dilucidar las efectivas distinciones que se pueden hacer entre dos personas que, eventualmente, tienen techo, ropa, comida y bebida, en cantidad y calidad suficientes -por supuesto con lugar para diversos matices-, pero con estructuras ideológicas diametralmente opuestas, así como el caso contrario de dos personas que, diferenciándose sustancialmente –escandalosamente- en sus posibilidades de acceso a los bienes básicos necesarios para el buen vivir –no para la buena vida-, coinciden sin embargo en su estructura caracterológica, en sus valores y sistemas de creencias respectivos.

Antiimperialismo, lucha nacional y el fantasma del fascismo

Escribiendo esto recuerdo un artículo publicado en Aporrea hace un tiempo, en el que su autor sugería señales de fascismo en Luis Britto García en virtud de sus conocidas posturas nacionalistas. También, la entrega anterior la cerramos con esta pregunta: ¿Es el nacionalismo esencialmente fascista?

En primer lugar, conviene afirmar que el nacionalismo no es fascista en sí mismo. Una cosa es la lucha por la soberanía y la autodeterminación, la lucha y la defensa de lo nuestro, por la vida del Ser nacional, y otra bastante diferente, la lucha por la expansión y la imposición de una nación sobre otras, que previamente han sido definidas como inferiores, enfermizas, débiles, peligrosas para la propia nación, ignorantes, terroristas, y hasta no-humanas en la definición nazi de los judíos previa a la “solución final”. La contraparte de esta desvalorización del Otro es el etnocentrismo y el despliegue fanático de sentimientos de superioridad con el añadido de elementos místico-religiosos. El nacionalismo fascista considera la propia nación como la mejor, la superior, el pueblo elegido para dominar sobre las razas inferiores porque, el factor raza aquí desempeña un papel central. De tal manera, el nacionalismo fascista es racista, alucinado, histérico, revanchista, y nada de eso tiene que ver con lo que podemos definir como nacionalismo revolucionario. En otras palabras, el nacionalismo, como doctrina, como movimiento político y recurriendo a nuestro tradicional espectro, puede ser de izquierda, cuando el nacionalismo es revolucionario, como puede ser de derecha –de extrema derecha- como en el caso del nacionalsocialismo hitleriano. Este último es el fascista.

En una distinción centro-periferia, norte-sur, sería torpe, absurdo, simplificador, pensar que el nacionalismo alemán o francés del siglo XX, lo que es decir, el nacionalismo de países metropolitanos del sistema mundo moderno/colonial, pueda equipararse con el nacionalismo revolucionario que ha caracterizado al proceso bolivariano, desde un país que lo que quiere es dejar de ser dependiente y subalterno, lo que es decir recuperar su soberanía y alcanzar la verdadera autodeterminación, objetivos por demás logrados en gran medida. Ahora, eso no quiere decir que la idea de la presencia del fascismo en nuestro nacionalismo dignificador sea una idea del todo hueca y descabellada.

Como otras palabras que han formado parte del discurso político de los últimos años (muchas veces bien usado, sobre todo después de los sucesos de abril de 2002 y de diciembre de 2002 y enero de 2003), el fascismo, como signo, como vocablo, forma parte de ese conjunto de palabras de las que se ha hecho un uso reiterado sin que se haya reparado muchas veces en sus orígenes y rasgos no sólo históricos, geográficos, económicos y sociales, sino también y sobre todo en los psicológicos y emocionales. Como suelen ser los temas relacionados con el comportamiento humano, el fascismo, debido las profundas marcas y secuelas que dejó como fenómeno político en la Europa de los años treinta y cuarenta del siglo XX, por lo general no se considera como una tragedia humana siempre latente y muchas veces presente –en mayor o menor medida, escandalosa o silenciosamente- en toda sociedad capitalista, y por tanto socialmente estratificada, jerárquica, desigual, y tanto más opresora, represora y autoritaria cuanto más instaurado está el capitalismo en cuestión.

Una explicación contemporánea y literaria del fascismo la ofreció Vargas Llosa en un artículo publicado en el diario El Nacional, hace ya varios años, donde este establecía una distinción entre el fascismo de los años 30, cuyos rasgos característicos según el escritor fueron la voracidad territorial y el militarismo, y lo que llamó el fascismo de nuestra época, caracterizado por explícitas prácticas de odio y el desprecio por la condición humana. Recordemos que el fascismo, como fenómeno político –pero también como problema de psicología de masas, como veremos- tuvo lugar en una condiciones histórico-concretas muy particulares: las de la Europa de la posguerra, en pleno auge de la Revolución Rusa, años en los que sobrevendría la peor de las crisis capitalistas hasta ese momento (el crack de 1929), y que tuvieron como expresión en el campo de la filosofía, del arte y de las ideas en general, el nihilismo, el decadentismo, un auge del misticismo y un clima general de pesimismo fatalista.

Fueron los años donde se publicaron obras como La decadencia de occidente, de O. Spengler, y donde surgieron teorías estéticas como aquella de la “deshumanización del arte” de Ortega y Gasset. La atmósfera era asfixiantemente pesimista y ya desde 1920, autores como John Maynard Keynes, consideraban un error catastrófico lo sucedido en Versalles, ya que estos hechos producirían en Alemania una hiperinflación y darían lugar, inevitablemente, al militarismo nacionalista. Esta hiperinflación no podía traer al pueblo alemán sino depauperación y el empobrecimiento de su clase media, exaltando así los sentimientos de honor y orgullo nacional. Alemania había sido humillada y el tiempo le daría la razón al economista inglés. Pero más allá –o más acá- de estas razones político-económicas del surgimiento del Nacionalsocialismo, están aquellas que explican el por qué, en un contexto revolucionario o, donde las condiciones de empobrecimiento de la clase media y de la clase trabajadora alemana en general, en teoría estaban creando las condiciones para una transformación revolucionaria de la sociedad, esa clase media y lo que resultaba más llamativo aún, parte importante de la clase obrera, opto por la opción reaccionaria; la mayoría de los alemanes votaría por Hitler.

Dos trabajos resultan suficientemente esclarecedores sobre el tema del fascismo. Uno de ellos es La psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich; el otro es La escena contemporánea y otros escritos, de José Carlos Mariátegui. Como pensadores que vivieron el auge del fascismo y que por tanto lo vieron y analizaron de cerca, nos apoyaremos en sus reflexiones para plasmar en pocas palabras lo que significa el fascismo, y del riesgo que efectivamente existe de que pueda surgir en cualquier país capitalista del mundo, dadas ciertas condiciones. Reich, desde las primeras páginas de la obra citada, explica cómo la izquierda en Alemania se vio imposibilitada, en gran medida por el mecanicismo, el positivismo y el economicismo vulgar dominantes en ese particular marxismo, de dar cuenta del fenómeno fascista. Mucho más adelante, luego de explicar los dos aspectos antagónicos del fascismo, y que explican sus contradicciones así como su convergencia en el nacionalsocialismo “en una sola forma”, Reich afirma que:

“La historia del fascismo italiano hubiera permitido comprender el fascismo alemán y su ambigüedad toda vez que el italiano reunía en su seno las dos funciones netamente antagónicas de las que acabamos de hablar”.

Estos dos aspectos antagónicos, que siempre hay que considerar para cualquier análisis que pretenda comprender el fenómeno del fascismo como “miedo a la libertad”, son los siguientes:

- Los intereses subjetivos de la base de masas de un movimiento reaccionario como lo es el fascismo: Desde esta perspectiva, el fascismo fue desde sus inicios un movimiento de las clases medias, y Hitler nunca hubiera podido ganar para su causa a este grupo sin prometerles la lucha contra el gran capital, los grandes almacenes, los truts. Como afirma Reich, los dirigentes del nacionalsocialismo, presionados por las clases medias, tuvieron que tomar medidas efectivamente anticapitalistas, medidas que posteriormente tuvieron que revocar obligadamente por una presión mayor: la del gran capital.

- La función reaccionaria objetiva del movimiento: opuesto tanto al liberalismo como al comunismo, objetivamente el fascismo propugnó la vuelta al pasado. De tener que plantear las palabras clave de este movimiento, a todas luces estas serían: tradición, nación, raza, familia, religión y autoridad… Pero si intentamos dilucidar los dos ingredientes explosivos que dieron lugar al fenómeno, tendríamos que citar, de un lado, el empobrecimiento de la clase media, y de otro, la moral sexual represiva presente en la familia media pequeña burguesa. De tal manera, se hace necesario distinguir entre la función reaccionaria objetiva del movimiento y los intereses subjetivos de su base de masas.

Reich, afirma que la historia del fascismo italiano es lo suficientemente ilustrativa como para permitir comprender al fascismo alemán. Y es el Amauta Mariátegui, en el primer capítulo de su obra citada, llamado “Biología del fascismo”, quien nos señala los rasgos fundamentales del fenómeno, considerando su raíz italiana. “Mussolini y el fascismo”, es el nombre del primer subcapítulo donde desliza de entrada un dato sobre el carácter del animador, líder y duce del fascismo. Procedente, como se sabe, del socialismo, Mussolini tuvo siempre una posición “extremista e incandescente. Tuvo un rol consonante con su temperamento. Porque Mussolini es, orgánica y espiritualmente, un extremista. Su puesto está en la extrema izquierda o en la extrema derecha.” Mariátegui destaca en todo momento los rasgos de carácter del duce, y como veremos, son precisamente estos rasgos, en coincidencia fatal con la estructura caracterológica de las masas, las que explicarían el fenómeno en significativa medida.

Llegado el año 1914, cuando resonaron los tambores de la gran guerra, los socialistas –el partido de Mussolini- exigieron la neutralidad de Italia. Pero el inquieto, frenético y beligerante duce, defendió la intervención de Italia en la guerra, dándole a su punto de vista una perspectiva revolucionaria, afirmando que la conflagración precipitaría la revolución europea. Pero, dice el Amauta “…en realidad, en su intervencionismo latía su psicología guerrera que no podía avenirse con una actitud tolstoyana y pasiva de neutralidad.” Otra vez Mariátegui alude una cualidad de carácter de Mussolini. El hecho es que Italia participaría en la guerra junto a una Entente (alianza Inglaterra, Francia y Rusia contra Alemania) que, luego de su triunfo, no retribuyó de la mejor manera la participación de Italia, para quien la guerra terminó siendo un mal negocio. Esto produjo descontento, desencanto, resentimiento.

Italia pudo sentirse ofendida y humillada. A pesar de que el clima era ciertamente revolucionario –dice Mariátegui que Mussolini fue derrotado en las parlamentarias por los socialistas, quienes ganaron 155 escaños-, los extendidos sentimientos de depresión y decepción estaban creando las condiciones para una “violenta reacción nacionalista”. Mariátegui afirma que esta fue la raíz del fascismo en Italia. En el siguiente fragmento, el Amauta intenta una caracterización de la clase media, protagonista, como hemos visto, en este fenómeno:

“La clase media es peculiarmente accesible a los más exaltados mitos patrióticos. Y la clase media italiana, además, se sentía distante y adversaria de la clase proletaria socialista. No le perdonaba su neutralismo No le perdonaba los altos salarios, los subsidios del Estado, las leyes sociales que durante la guerra y después de ella había conseguido del miedo a la revolución. La clase media se dolía y sufría de que el proletariado neutralista y hasta derrotista, resultase usufructuario de una guerra que no había querido. Y cuyos resultados desvalorizaba, empequeñecía y desdeñaba. Estos malos humores de la clase media encontraron un hogar en el fascismo”. (Cursivas nuestras).

Claras las palabras del Amauta que coinciden con las de Reich. Respecto a la distancia y los recelos que la clase media sentía por la clase obrera, el autor alemán, preguntándose qué factor había logrado la unificación de todos los sectores medios en un solo movimiento, desde la perspectiva de la psicología de las masas, afirma que la respuesta la encontramos en la posición social de los funcionarios del Estado y de los pequeños y medios empleados:

“el empleado y el funcionario medio se encuentran en una situación económica menos favorable que el obrero industrial medio; la inferioridad económica de los primeros, queda parcialmente compensada en los funcionarios del Estado por algunas esperanzas mínimas de promoción y por la perspectiva de una cierta seguridad económica hasta el fin de su vida. La dependencia característica de esta capa social con respecto a las autoridades aboca a una actitud de competencia frente a sus colegas, incompatible con la formación de un auténtico sentimiento de solidaridad”. (Cursivas nuestras).

Este dato, verificable empíricamente, conviene tomarlo en cuenta en los procesos de organización laboral porque, definitivamente, un obrero industrial o fabril no es un trabajador de ministerio, instituto o fundación. De esto se desprende una realidad: una cosa sería un Consejo de Trabajadores; otra un Consejo de Fábrica. Se les podrá llamar a todos con un solo nombre para efectos prácticos, pero siempre que se consideren las sutiles diferencias.

Todo lo dicho hasta aquí, no tiene otro propósito que destacar que de las dos perspectivas de lucha mencionadas, esta primando la lucha de la nación-clase por encima de la lucha de clases. Esto no significa, sin embargo, que la emancipación lograda por el pueblo venezolano y la efectiva inclusión de la mayoría otrora excluida de todo beneficio y garantía social, haya acabado de una vez con las contradicciones sociales, las jerarquías y las diversas formas de discriminación. Sólo en una sociedad donde se ha logrado instaurar una organización donde se ha hecho valor, sistema y convención esperar de cada quien según su capacidad y dar a cada cual según su necesidad -o, en un momento anterior, dar a cada cual según su trabajo- podría esperarse una superación de las diversas formas de discriminación y de desprecio que florecen en la sociedad capitalista.

Tan involucrados como estamos en el Sistema Mundo Moderno/Colonial Capitalista/Patriarcal, como primera reserva petrolera mundial, no resulta fácil, para no decir que hoy día es imposible, sustraernos a las influencias y tendencias que ejercen poder en dicho sistema. Es decir, ante la posibilidad de salirnos del juego para inventar nosotros un juego propio regulado por reglas propias, un objetivo que logró Paraguay y que le costó la guerra de la Triple Alianza, la tendencia modernizadora parece señalar el camino del desarrollo como industrialización y crecimiento, lo que significa un posicionamiento en el sistema de acuerdo a las reglas de siempre; lo que es decir jugar bien su juego, jugarlo sensatamente y a pesar de las locuras metropolitanas. Un Estado fuerte, una fuerza política patriótica, nacionalista, de izquierda, una significativa y permanente inversión social como distribución del ingente ingreso petrolero con criterios de equidad y justicia, la recuperación del campo, la diversificación de la economía a través del impulso a la industrialización, grandes planes de urbanización y de unión física de la nación, una participación popular por encima de la media de cualquier país con democracia política, y sus correlatos en los procesos de profesionalización-tecnificación con la correspondiente adopción de los valores culturales y mitos de la modernidad, parece ser la tendencia que, como una ola imparable avanza sobre nuestra realidad social concreta.

Ya tenemos presencia en la fórmula 1 y una selección de fútbol de categoría y con el poder de unificar a la nación y a sus clases o grupos sociales bajo la poderosa embriaguez del color Vinotinto, una pasión de multitudes con la virtud de la cohesión social y con el poder de consolidar lo que sería un nuevo bloque histórico. Estamos encaminados a ser una potencia.

Así las cosas, considerando el derrotero por el que vamos, un Estado de bienestar –lo que actualmente se desmonta en Europa- sería el sistema actualmente en construcción. Un Estado que ciertamente tendría rasgos socialistas como siempre lo ha tenido un Estado como el nuestro dueño del ingreso petrolero, pero que en sí mismo y como organización necesaria y difícilmente prescindible de cara a nuestras relaciones con el contexto regional y global, se erige también en un obstáculo nada desdeñable en la construcción de un socialismo libertario en lo real, en lo concreto.


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Tuiter: @maurogonzag

(Tomado de Aporrea.org. com)

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