sábado, 5 de noviembre de 2011

Carlos Midence y “La invención de Nicaragua”. Una perspectiva poscolonial (?)


Esta es muy buena reseña o presentación crítica de un libro. Hay dos cosas por destacar: Primero, me parece que hay que ser no sólo cuidadoso, sino hasta respetuoso para con los lectores, cuando escribimos con términos que ni los mismos autores terminan por entender. Eso ha venido pasando con frecuencia con la "recepción latinomericana" del "posmodernismo" y del "poscolonialismo".

Segundo, la tendencia a la "sobreposición" entre perspectiva "poscolonial" y perspectiva de la "colonialidad del poder". Claro, esto ya se ha hecho casi de sentido común, al punto que autores como Hardt y Negri, consideran que son lo mismo, y por tanto, para ellos es lógico que la idea de "colonialidad del poder", sea no sólo apropiable, sino también incorporable, dentro de su propia perspectiva y léxico "posmoderno". ¿Será cierto eso?.

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Carlos Midence y “La invención de Nicaragua”

Por Jorge Eduardo Arellano | Opinión

Arnaldo Orfila Reynal, el gran editor mexicano, afirmaba: “Es difícil escribir un libro, pero más difícil es publicarlo y aún más difícil venderlo”. Y un discípulo suyo agregó: “Todavía más difícil es leerlo, saber releerlo, entenderlo, criticarlo”. Y estas cuatro dificultades contiene en grado máximo La Invención de Nicaragua/Letra y polis en la conformación de la nación (Amerrisque, 2008), obra de contenido denso y complicada lectura del seguidor de las teorías postcoloniales Carlos Midence (Managua, 1972).

En efecto, utiliza expresiones no comprensibles para el lector medio, ya que escribe exclusivamente para sus colegas letrados. A saber: “apropiación del régimen traslaticio”, “concepto cultural de Cultura”, “configuración tropológica”, “connotación de conocimientos y poéticas corporalizadas”, “elaboración ficcional, falsa (sic: debe ser falta) de consenso”; “giro epistémico”, “guiños antropológicos”, “máquinas de alteridad”, “modelos teleológicos entre estructuras y agenciamiento de la escenografía nacional”, “naturalización alegórica”, “nódulo inventivo” y “transgresión de códigos”. O sea: una docena de ejemplos, a los que habría sumar muchísimos más.

Porque Midence, deslumbrado ante los autores que cita en exceso, se afana en adscribirse a dichas teorías. Homi Bhaba es uno de esos pensadores postcoloniales. Discípulo de Franz Fanon y de Jacques Lacan, Bhaba explora los procesos por medio de los cuales los sujetos, tanto los colonizadores como los colonizados, se construyen durante el encuentro colonial. La dominación ejercida por la autoridad colonial se fundamenta en la supuesta superioridad del colonizador, civilizado y culto, que requiere la existencia de un colonizado inferior, incivilizado e “inculto”. Lo primero no puede existir sin lo segundo.

Pero el teórico post-colonial más próximo a Midence es Walter D. Mignolo, autor de La idea de América Latina (2005). Mignolo prologa La invención de Nicaragua, hecho consagratorio para el joven ensayista nicaragüense. Argentino y scholar de la Academia Norteamericana, Mignolo es el latinoamericano más consistente que ha reflexionado sobre la colonialidad/de(s) colonialidad. En su obra Historias locales (Madrid, Akal, 2003) sustituye el axioma cartesiano “pienso, luego existo” por “soy de donde pienso”, apostando que se ubica en el plano de la subalternidad y asumiendo el protagonismo de “los otros”, es decir: los habitantes de los distintos “sures” y también los marginados del norte: afro-americanos, chicanos, amerindios, mujeres, emigrantes.

Mignolo resalta la pertinencia de pensar desde la cuestión postcolonial/neocolonial en América Latina.

Esto implica introducir el concepto de “colonialismo interno” que permite considerar, por ejemplo, la situación de las etnias en las regiones caribeñas de Nicaragua y, asimismo, el de colonialidad del ser/saber/poder. Tal andamiaje teórico es el que intenta aplicar Midence en su libro, cuya intencionalidad se percibe desde el primero de sus cinco capítulos: demostrar que los letrados inventaron la identidad de los nicaragüenses; en otras palabras: que la construcción mental de Nicaragua como nación se dio a partir de la colonialidad como matriz, recuperando las tradiciones (neo) coloniales, sustentadas en “una estrategia de dominación de las regiones subalternas”. “Es decir --especifica Midence-- se lleva a cabo un apólogo de lo nacional excluyente”.

Dicha exclusión abarca, entre otros aspectos, el proceso de marginalización del nativo y de las lenguas indígenas, subalternizadas por el castellano-español-nicaragüense, la invasión de ésta en la oralidad y el asentamiento de su textualidad en la poesía, el periodismo, la historia y la novela. Citando incontables fuentes, tanto teóricas como estudios literarios de autores nacionales, Midence cuestiona afirmaciones canónicas, por ejemplo la expuesta desde hace más de cuatro décadas por José Coronel Urtecho (1906-1994), un letrado constructor de “lo nicaragüense” y de poder hegemónico y fundacional. Midence acota: “La simbólica poética (mestizajes, fauna, flora, personajes, utopías, costumbres y cultura de forma general) ha sido, de una u otra manera, totalizadora en su idealidad del imaginario nacional. Desde el Canto de los Nicaraguas, pasando por Juan Iribarren, Rubén Darío y la Vanguardia, hasta El Jaguar y la Luna (1959), de Pablo Antonio Cuadra, la poesía ha constituido uno de los vehículos (por no decir el más importante) que canaliza el discurso, las articulaciones comunitarias, los imaginarios culturales y las semiosis social”. Pero, con el fin de impugnarla, se pregunta: ¿es acaso la “República de poetas” o la nación mestiza representativa de todas las clases, géneros y estratos? Obviamente, no.

Como ésta, numerosas son las lecturas y relecturas que Midence realiza de los artefactos ejecutados por nuestros letrados; pero es imposible referirnos a todas. Me limitaré a los lexicones que elaboraron nuestros filólogos, concebidos desde una supuesta “colonialidad lingüística”. Pero Midence no toma en cuenta que ellos nunca subalternizaron las lenguas indígenas: al contrario, además de estudiarlas, recogieron sus vocabularios casi extintos desde el principio del siglo XIX y sus abundantes préstamos lexicales al español. De manera que el “castellano-español-nicaragüense” comenzó a ser, desde entonces, nuestra lengua materna (hoy hablada por un 90 y tanto por ciento de la población), no impuesta por nadie. Y por algo la Constitución vigente, emitida en 1987, declaró el español lengua oficial del Estado.

En el capítulo dos Midence ofrece una nueva lectura del bautizo como “Noruega de la literatura” que, desde la centralidad hegemónica de la Capitanía General de Guatemala, se le dio a Nicaragua al final del coloniaje por la calidad de los exámenes que estudiantes de la provincia protagonizaron en la Universidad de San Carlos. Este concepto, en su opinión, “se podría calificar como modelo de no construcción de literatura significativa” (p.7). En el capítulo tercero estudia los mapas, identificando en ellos una perspectiva eurocéntrica; y el cuarto plantea la presencia del mito en la forjación de la nación a través de alegorías, ficciones fundacionales “y de toda la parafernalia cívica que coadyuvara a inventar el país” (p.13)

Finalmente, en el quinto capítulo y último --el más extenso, valioso y digerible, pues sus referentes son bastantes conocidos-- trata de los “Cambios de la noción del vehículo expresivo” (p.143). En realidad, el postcolonial nica alude con cierta lucidez a la novela nicaragüense en general y, particularmente, a la surgida durante los años 90 “cuando empieza a jugar un rol más importante”, estableciendo categorías como “Novelas impuras: imaginación e historia”. En este sentido, sus aportes sólo pueden relacionarse con los de Werner Mackenbach en su vasto estudio sobre la materia.

He aquí una muestra del arsenal teórico y de los artefactos culturales que acumula el autor de La Invención de Nicaragua, sin verificarlos clara y ampliamente en la mayoría de los casos; pero con una férrea voluntad admirable --reflexiva y discursiva, tributaria de sus maestros-- que ojalá sirva de ejemplo a coetáneos suyos no comprometidos con el subdesarrollado facilismo masivo de la versificación.

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