sábado, 12 de noviembre de 2011

Feminismos latinoamericanos y caribeños


El primer encuentro de mujeres latinoamericanas y del Caribe se realizó en Bogotá. Treinta años después vuelve a celebrarse en la capital, del 22 al 26 de noviembre. Esta vez, su duodécima edición se dedica al examen del camino recorrido para -como dicen las organizadoras- desatar los nudos que se han ido amarrando, desnudar los sueños y proyectos acumulados, reanudar los debates y las tareas pendientes.

La convocatoria del encuentro recuerda las palabras de Julieta Kirkwood, una chilena que vivió poco, aunque suficiente para ayudar a gestar el movimiento que retó a la dictadura y a la Concertación con consignas como 'Democracia en el país y en la casa'. Julieta decía que el crecimiento del feminismo no era ni suave ni armónico; generaba conflictivos nudos que no se debían eliminar sino desenredar.

Los encuentros se han trenzado en fuertes debates. El primero se centró en si las batallas por los derechos de las mujeres y en procura de los consiguientes cambios culturales y sociales podían darse desde los partidos políticos, el Estado y las organizaciones sociales, o si se las debía librar solo desde fuera de esas entidades. Las inevitables divergencias no impidieron instituir el 25 de noviembre como día de la no violencia contra las mujeres, jornada que se celebra desde 1982.

En otros encuentros, la discusión puso el acento en la autonomía del movimiento. ¿Basta autoproclamarla o se construye en la relación con las instituciones? Los años han mostrado que hay que construirla a todo nivel, incluso frente a la cooperación internacional, a las ONG que ofrecen servicios a las mujeres y a las opciones personales de sus promotoras. Contrarrestando el predominio de un feminismo blanco, dentro de este nuevo encuentro estarán indígenas, afrodescendientes y caribeñas.

La confluencia de mujeres de distintas edades y procedencias ha ido haciendo más polifónico el diálogo. Ha enseñado que son múltiples las formas de expresión de los feminismos y movimientos de mujeres. Su convergencia ha permitido enfrentar nudos estructuradores de las inequitativas sociedades regionales, como la injusta división sexual del trabajo que, por la ausencia de servicios sociales y de responsabilidades compartidas en la familia, les hace pagar cada día enormes costos a las mujeres.

La convergencia de los movimientos ha permitido lanzar cruciales campañas, entre otras, en apoyo de las migrantes, desplazadas o víctimas de conflictos armados; contra la violencia hacia la mujer, por su participación política, contra la discriminación de parejas del mismo sexo, por los derechos sexuales y reproductivos, por la despenalización del aborto para reducirlo y evitar la muerte de las mujeres. También ha estimulado innumerables programas de apoyo al empoderamiento y liderazgo de mujeres, que en toda la región son mayoría en la lucha por la sobrevivencia y en las organizaciones barriales y sociales.

Recogiendo el legado de quienes lograron el voto femenino, distintas redes han conquistado definiciones importantes en la ONU y la OEA, en congresos nacionales y en asambleas constituyentes como las de Colombia, Venezuela, Ecuador o Bolivia. Además, han hecho funcionar instituciones encargadas de incorporar una perspectiva de género en las políticas públicas y han logrado avances hacia la paridad en los cargos de decisión en el Estado y los partidos.

En medio de diferencias y convergencias, los movimientos feministas y de mujeres constituyen una gran fuerza plural, que ha mantenido su acción colectiva en forma ininterrumpida en toda América Latina y el Caribe. Ojalá que en este nuevo encuentro confluyan todas las tendencias y sigan abriendo horizontes democráticos y de solidaridad regional.

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