domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Se puede salvar a Italia?


Por Michael Spence

La promesa de ayuda a Roma condicionada por el progreso de las reformas no hará que vuelvan los inversores. Los italianos precisan tiempo y sólo un prestamista incondicional puede romper el círculo vicioso.

Mientras todavía se instala el nuevo Gobierno del economista Mario Monti en Italia, es mucho lo que está en juego, tanto para su país como para Europa y toda la economía mundial. Si las reformas flaquean, las finanzas públicas se desmoronan y continúa un crecimiento anémico, el compromiso de Italia con el euro disminuirá a medida que los costes percibidos de su participación superen los beneficios. Y la deserción italiana de la moneda común ?a diferencia de la de países más pequeños como Grecia? amenazaría el corazón de la zona euro.

Italia es una gran economía, con un PIB anual de más de dos billones de dólares. Su deuda pública representa el 120 por ciento de su PIB, o aproximadamente 2,4 billones de dólares. Eso sin incluir los pasivos de un sistema de pensiones que requiere ajustes significativos para reflejar una población que envejece y una mayor longevidad. Como resultado, Italia se ha convertido en el tercer mercado mundial de deuda soberana.

Sin embargo, las crecientes tasas de interés están provocando que el servicio de la deuda resulte oneroso y políticamente insostenible. Además, Italia debe refinanciar 275.000 millones de euros de su deuda en los próximos seis meses, al tiempo que los inversores, para reducir su exposición financiera al país, están impulsando el rendimiento de los bonos italianos a 10 años hasta niveles prohibitivos ?actualmente por encima del 7 por ciento?.

La necesidad de refinanciar la deuda pendiente de pago no es el único desafío. Los ciudadanos y extranjeros poseedores de bonos, particularmente los bancos, han experimentado pérdidas de capital que han dañado sus balances, sus requisitos de solvencia y la confianza. Los déficits comerciales y por cuenta corriente son considerables y están aumentando, probablemente como reflejo de una pérdida de competitividad y productividad frente a Francia y Alemania, dos de los mayores socios comerciales italianos. Por otra parte, el crecimiento económico ha sido muy lento durante la última década y no da señales de acelerarse, lo que dificultará la reducción de la carga de deuda pública, incluso si se da una consolidación fiscal.

Las bajas tasas de crecimiento italiano reflejan varios factores que incluyen rigideces en el mercado de trabajo, insuficientes inversiones del sector público en la base científica y tecnológica de la economía, limitaciones a la competencia en ciertos sectores, y un período prolongado de ajuste estructural al entorno de la zona euro.

No obstante, Italia también reúne fortalezas significativas. La deuda total (del Gobierno, de los hogares, de las corporaciones no financieras y las instituciones financieras) está ligeramente por encima del 315 por ciento del PIB, una proporción semejante a la de Suiza (313 por ciento); Francia (323 por ciento); EstadosUnidos (296porciento); e incluso Alemania (285 por ciento), según los valores de2009. Pero la deuda de los hogares es muy baja, ya que representamenos del 50 por ciento del PIB. Además, cuenta con un persistente patrón de ahorro en los hogares, el cual oscila entre el 17 y el 30 por ciento de los ingresos, lo que implica que el poder adquisitivo de las personas y los hogares transalpinos es superior al de la mayoría de los países avanzados.

Y eso no es todo. Los negocios y las industrias del norte y el centro de Italia resultan eficientes, innovadores, y están globalmente integrados. Y los déficits presupuestarios se mantuvieron bajo control durante y después de la crisis, a diferencia de lo que sucedió en muchos otros países avanzados. Por supuesto, si bien esto fue necesario debido a la elevada carga inicial de la deuda pública, también limitó en buena medida los estímulos anticíclicos y obstaculizó el crecimiento. La crisis transalpina llega en un momento de acentuado riesgo en países clave (por ejemplo, de una caída brusca en China o un desempleo elevado y persistente en Estados Unidos). Al evaluar todos estos riesgos, se considera útil centrarse en tres variables: recursos, competencia y voluntad. ¿Tiene un país los recursos necesarios para ocuparse de los problemas a los que se enfrenta? ¿Tienen los encargados de la política económica la experiencia y la pericia para implementar reformas eficaces? ¿Reconocen las autoridades la necesidad de actuar con decisión y audacia?

En primer lugar se encuentran los recursos. Si éstos son inadecuados, el resultado será malo sin importar la competencia o la voluntad, a menos que exista algún tipo de ayuda externa. De igual modo, la voluntad política es irrelevante sin competencia para traducirla en políticas eficaces.

Me parece que en muchos casos importantes, incluidos los de Italia, Estados Unidos y China, existe un escenario relativamente favorable y otro mucho menos atractivo, y el que se logre uno u otro depende en gran medida de la eficacia de las políticas adoptadas como respuesta. A diferencia de Grecia, donde faltan recursos (lo que sólo nos brinda escenarios poco atractivos), estos países cuentan con los recursos adecuados, pero se duda de su competencia o voluntad política (o una combinación de ambas), si bien las evaluaciones de los analistas difieren en mucho.

Para Italia, eso significa que la salud de su balance consolidado puede aprovecharse conjuntamente con reformas y cambios en los parámetros del sistema de pensiones para recuperar el equilibrio fiscal e impulsar el crecimiento futuro. Se necesitan tres cosas: un programa de reforma integral que afronte directamente el desafío del ajuste, apoyo político para ese programa, y tiempo para implementarlo de forma suficiente como para establecer la credibilidad necesaria y reducir la alta prima de riesgo de la deuda italiana.

Como los dos primeros requisitos dependen de la turbulenta política doméstica italiana, los inversores están cada vez menos deseosos de apostar por el escenario relativamente favorable. Esto significa que Italia no tiene tiempo. Los crecientes rendimientos pueden debilitar el programa de estabilización fiscal y crecimiento económico antes de su implementación total. Y a medida que aumentan los rendimientos, la suficiencia de los recursos del país comienza a ser cuestionable, o peor.

Se necesita algo que rompa este círculo vicioso financiero, un prestamista de última instancia para la transición. Esto permitiría a los programas de reforma actuar y que Italia marche hacia los escenarios más favorables.

Existe, sin embargo, un último factor de riesgo. Es posible que la decidida intervención diseñada para evitar la subida del rendimiento de los bonos no esté próxima, debido auna preocupación en el núcleo de la eurozona, liderado por Alemania, que sostiene que una acción agresiva incondicional por parte de un prestamista de última instancia debilitaría la iniciativa ?y por lo tanto la voluntad política? para llevar a cabo las reformas necesarias.

Es obvio que existe un problema en la secuencia: un compromiso de ayuda condicionado por el progreso de las reformas no hará que los inversores privados vuelvan inmediatamente, ya que no reduce el riesgo percibido de los considerables obstáculos políticos a la implementación de las medidas necesarias. Sólo compromisos audaces y en gran medida incondicionales, tanto de la UE como de Italia, pueden romper este peligroso impasse.

Si falta cualquiera de ellos, el riesgo de un desmoronamiento en cadena de las finanzas públicas de la zona euro y por lo tanto una caída de la economía global se mantendrá elevado.

(Michael Spence es Nobel de Economía y profesor de la Stern School of Business, Universidad de Nueva York)

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