martes, 7 de febrero de 2012

Nicaragua: Sandra Ramos, una luchadora “arrecha”

Matilde Córdoba | Especiales



Sandra Ramos: una luchadora “arrecha”
Sandra Inés Ramos López. CARLOS MALESPÍN


Tenía 13 años cuando allá por el Cine Salinas, un tipo le tocó las nalgas, y ella, siempre pendenciera y de hablar “pelado”, corrió tras él como poseída hasta que lo alcanzó y le dio varios trompones. El hombre recibió una grandísima sopapeada frente a varios curiosos que se agruparon a ver el espectáculo sin atreverse a contribuir a apalear al atrevido, pues en esa época las jovencitas soportaban calladas el escarnio de ser manoseadas en la calle.

Cuarenta años después, aquella adolescente se convirtió en una de las voces defensoras de las mujeres más activas en el país. A la mujer gritona, beligerante --“arrecha” en sus palabras--, de cabello desarreglado, al viento y rizado, los años le han dado más carácter.

¿Impulsiva?

No, no soy impulsiva. Soy arrecha. Soy reconocida por ser arrecha, y además me gusta serlo, dice Sandra Inés Ramos López, nacida y crecida en una familia de mujeres, donde los hombres ocuparon el papel del sexo débil y no tuvieron lugar protagónico alguno.

¿Casada?

Solo una vez y convidada a no volver a estarlo --responde entre carcajadas.

¿Antihombre?

¡Cómo voy a ser antihombre si tengo dos hijos! Ese es un argumento que se ha utilizado por el machismo para deslegitimar nuestra lucha. Si el movimiento feminista de nuestro país no fuera tan firme en la defensa de los derechos de las mujeres, muy poco caso se haría en nuestro país a nuestros derechos. Es como decir que todas las que estamos en la defensa de las mujeres somos lesbianas. ¡Aquí hay de todo y tenemos derecho! --responde un poco enojada.

¿Tiene pareja?

No. En esta sociedad machista, tan patriarcal, el hombre reclama. Creo que el esposo que tuve en algún momento de mi vida me tuvo paciencia, pero me separé por eso que dicen las actrices: diferencias irreconciliables --responde haciendo muecas.

¿Y fue noviera?

Me gustaban los novios, y mis novios tenían que hacer lo que yo quisiera. Tenían que andar firmes, pálidos y chirizos. Yo ponía las reglas del juego: los hombres llegan hasta donde uno se los permite.

A mi exesposo siempre le dije: “No tengo tiempo para andar cuidando a nadie”. No soy de ese tipo de mujer que ando buscando dónde anda y con quién. Solo le recomendé: si vas a hacer tus cosas, es tu asunto, sabés a que te vas a atener, pero ni se te ocurra hacerlo por las cinco manzanas donde yo trabajo.

¡¿Le estaba dando permiso?!

¡Ideay!, le estaba diciendo que es dueño de sus decisiones, cada una de nosotras es dueña de eso. No puedo decirle que lo voy a amarrar, le estoy diciendo que si se le ocurre hacer algo, hasta allí llegamos.

¿Y alguna vez él le fue infiel, se la pegó?

¡Ay! Yo creo que infinitamente. Todos los hombres siempre tienen una doble vida, salvo cuando ya toman una decisión correcta y dicen: “No quiero hacerle daño a la familia que tengo y esto quiero preservar”, pero aun así siempre han tenido doble vida aunque al final quisieran no tenerla.

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La oficina está limpia, ordenada, casi pulcra, con vírgenes de Concepción, de Guadalupe; muñequitos diminutos con el rostro achinado y carpetas tras carpetas, todas arregladas de manera uniforme.

Probablemente la plática preferida de Sandra Ramos, la mujer de 53 años que en los últimos meses ha estado en la calle presionando por la aprobación de la Ley contra la Violencia hacia las Mujeres, sea precisamente los derechos femeninos aún no reivindicados. Hoy está sentada, sonriente, esperando la primera pregunta.

La conversación inicia con el eterno problema de las trabajadoras de las maquilas. Sandra, quien de pequeña ganaba cuanto concurso de baile hubiera en la escuela, y que hoy se desestresa bailando tras salir del Movimiento “María Elena Cuadra”, pierde su enorme sonrisa cuando empieza a enumerar las múltiples carencias e injusticias que sufren las mujeres en Nicaragua.

Pero, ¿de dónde le salió ser defensora de los derechos humanos? Su historia se remonta a la década de los 60, cuando siendo adolescente fue testigo de las luchas estudiantiles por derrocar a la dinastía somocista.

“Yo vivía frente a la Catedral, en el barrio La Bolsa. Frente a mis narices estaba toda la lucha del movimiento estudiantil. Yo pasaba por la Catedral y allí era el escenario de las grandes huelgas. Cada vez que pasaba me encontraba con grandes huelgas, si venía del mercado, de hacer compras para cocinar, miraba a los estudiantes, y era de las que corría junto a ellos. Me metía a curiosear y corría con las verduras y después me sopapeaban porque llegaba sin compras. A partir de allí empecé a sensibilizarme, de esa juventud rebelde, luchadora”, cuenta.

“Sopapear” es un término que Sandra usa reiteradamente. La “sopaeaba” su mamá cuando perdía las verduras por andar metida en las huelgas; los hombres continuamente “sopapean” a las mujeres que están sometidas; a inicios de los años 90, unos empresarios taiwaneses la “sopapearon” durante una huelga… y así. Sopapear: dícese del que le da sopa de muñecas, generalmente a una mujer.

En su hoja de vida resalta su lucha revolucionaria desde las aulas, y posteriormente su lucha sindical. Se formó en Cuba como “instructora sindical”, y en los inicios de la década de los 80, la etapa más hermosa en su vida, según dice, la enviaron a la Costa Caribe a formar sindicatos y organizaciones juveniles.

Antes de iniciar el cuento de su vida después de la pérdida del Frente Sandinista en 1990, hace una advertencia: “Yo antes era igual que hombre, te lo quiero reconocer porque lo he reconocido toda mi vida. A mí me enseñaron que la clase obrera era única, indivisible, no sabía de género, de violencia”.

“Amnlae emprende la lucha por las mujeres y empezamos a presionar para que hubiesen más mujeres en los cargos de dirección en la CST”, recuerda.

Tras su adiestramiento en las luchas femeninas, vino su salida de la Central Sandinista de Trabajadores (CST), ocasionada por acusaciones infundadas de parte de sus antiguos compañeros.

“Dicen que llegué con un furgón a saquear las bodegas de la CST. Me denunciaron, pero no me dejé apresar. No iban a hacer conmigo lo que ni la Guardia hizo. La misma gente me escondió, mis mismos compañeros de la CST, y pasé huyendo un año porque había orden de captura contra mí en el todo el territorio”, dice.

Ante el pedido de las mujeres y su insistencia para que la lucha no quedara allí, es que se formó el “Movimiento de Mujeres Trabajadoras y Desempleadas María Elena Cuadra”.

“Me llamaban y me preguntaban: ¿nos vamos a quedar así, con los brazos cruzados? Entonces hicimos un evento con 800 mujeres, y allí surge el Movimiento “María Elena Cuadra”. Fue un 7 de mayo del 94, y el nombre es en honor a una gran defensora de los derechos de las mujeres en Diriamba. Fue una mujer luchadora, un ejemplo, murió en un accidente de tránsito”.

¿Tiene algún sueño no cumplido aún?

Tengo varios sueños: el primero es crear la escuela de cuadros, formar a las mujeres en cómo ser una líder. Eso implica darles filosofía, economía política, que entiendan la ley y la lucha de contrarios, que sepan de la evolución económica, que conozcan sus derechos, que tengan una práctica consecuente con los principios que uno va a enarbolar…

El otro es retirarme. Todo líder debe saber el momento oportuno para retirarse. Uno debe dejar una semilla sembrada. Quiero ser empresaria, me gusta la tierra, las plantas, el campo. Me divierto sembrando plantitas, estudio mucho, leo mucho. Eso quiero hacer.

La plática termina por donde inició: las injusticias contra las mujeres. Sandra Ramos ha dejado su sonrisa y empieza hablar de trabajo. Pide un informe, otro; solicita un libro, no lo halla; lo busca. Perdió la sonrisa. Está “arrecha”.



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