viernes, 18 de mayo de 2012

Los problemas y desafíos tras la colonialidad de lo sexual

Por Odious

En los tiempos donde las denominaciones abundan para hacer referencia a la sexualidad, donde apelativos como masculino, femenino, machismo, feminismo, posfeminismo, heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, trisexuales, transexualidad, sus fobias (homofobia, transfobia, lesfobia), rol de género, masculinidades, nuevas masculinidades, neosexualidades, celibato, promiscuidad, amor libre, femicidio, feminicidio, homosexualismo, varones antipatriarcales, hétero-curiosos, pansexuales abundan y nos llenan páginas, horas y jornadas completas acerca de la representación desde nosotros y desde los otros hacia lo sexual ¿En qué términos, entonces, referirnos al sexo? ¿Qué tipo de matriz explicativa utilizar para hacer referencia al ámbito de lo sexual en la vida de los seres humanos? ¿Cómo abarcar el sexo sin reunir en un discurso coherente unos pocos de los muchos denominativos que se refugian entre ellos mismos y se aíslan en una hiper especificación?

A estas alturas hemos perdido la capacidad para elaborar un discurso integral acerca del sexo. Se ha pulverizado en infinitas categorías, precisamente la lucha en contra de las etiquetas frente a la convivencia con el sexo. Se postula en esta oportunidad entonces, la posibilidad de transar discursivamente con una renovada representación de lo sexual. Este nuevo trato se propone desde: 1) una vuelta hacia la consideración pura del ser humano, 2) una apelación un tanto retórica a dejarse llevar por el aspecto de la piel cuando nos enfrentamos a la sexualidad.

Ambos puntos se articulan en función de una supra-destrucción de los discursos tanto hegemónicos como contra-hegemónicos acerca de lo sexual y su lucha por el dominio-liberación de ésta. La aquí llamada supra-destrucción viene desde una crítica contemporánea al carácter colonial que poseen los aspectos principales del desarrollo del pensamiento humano: la colonialidad de la existencia y más específicamente la colonialidad del saber y cómo esta atadura determina lo que denominaremos el carácter colonial de lo sexual.

El discurso hegemónico en esta reflexión se traduce en la legitimación de una sexualidad tradicional, entendida como actividad y no como estado permanente del ser humano. Una rutina rígida acostumbrada a la normada asignación de roles, procesos, rituales y articulación de la moral realizada sobre la diferencia a partir del género donde se desencadenan jerarquías, patrimonios y dualidades en relación a lo más que entendido femenino-obediencia/masculino-dominación. Esta visión se ha venido destruyendo poderosamente desde las irrupciones feministas hasta la definición de las nuevas masculinidades y su cuestionamiento acerca de la construcción de la hombría a través de los distintos contextos históricos, delatándose las desigualdades propias de este modelo, que obedecería a una estructura patriarcal en lo relacionado a lo sexual.

Este discurso contra-hegemónico necesita para legitimarse un bastión de información científico-estadística para desacreditar la macabra manipulación de la convivencia con el sexo del paradigma anterior. Así la información que legitima la autoridad del nuevo discurso varía desde el uso estadístico, para el fichaje de la violencia sexual ejercido por la desigualdad sexual, estudios científicos donde se destruyen mitos en torno al rol de cada sexo a partir de lo sexual e interpretaciones desde las humanidades que definen y defienden el “amor libre” mientras destruyen las relaciones de poder y jerarquía ocultas en la noción de amor y fidelidad sobre todo de la sociedad occidental.

El problema general que está incrustado en este campo de batalla es el trasvasije de carácter unidireccional que han tenido estos paradigmas en una compleja realidad con otras formas de pensar y vivir el sexo, como es desde donde se escribe: América Latina, Argentina, Mendoza. Quisiera aclarar fuertemente que señalar la particularidad desde donde se escribe no guarda relación una apelación al exotismo sexual de la región, a una exposición original acerca del carácter salvaje del sexo y mucho menos a rescatar románticamente una suerte del folklorismo del sexo latinoamericano. Por su parte, solicito por favor, no vinculen ni los quesos ni los gusanos en un intento de analizar este discurso desde la microhistoria o la historia regional/local. Es simplemente el relato desde un espacio que ha sido invadido por un manejo ideológico que vacía su lucha en un espacio cultural ajeno al espacio designado al momento de su gestación. Un relato que acusa el trasvasije puro donde no se destaca mucho la inadaptabilidad de los modelos que provienen desde el centro.

La inadaptabilidad de estos modelos representacionales de lo sexual causaron, al momento de la conquista colonial, un trauma sexual a partir de una guerra que también fue sexual. Desde la rutina del beso, las violaciones, el mismo mestizaje, la métrica vigilancia a “cada una de las especies nuevas” y las genuinas formas de convivencia que se establecen espontánea y varonilmente como el concubinato, amancebamiento, matrimonio y celibato; también la categoría “somodía” supone una fractura en cuanto a la relación entre personas del mismo sexo.

La lucha en contra de este modelo se ha ido instalando cada vez más en las sociedades influenciadas por los mass-media y los canales de acceso fácil a la información. La postura feminista, antipatriarcal y amor libre entre otras reivindicaciones, supone un nuevo trasvasije, pero esta vez desde lo reivindicativo (como si ordenar lo sexual a partir del catolicismo no lo fuera en su momento) que sigue siendo unidireccional. Se atacan con conceptos del centro figuras representacionales también elaboradas desde el centro. Una lucha eurocéntrica atraviesa el Atlántico y se despliega pura en nuestra realidad, que sigue siendo ajena en lo sexual (aunque resulte en esta oportunidad casi un suicidio argumental atacar esta dinámica que apela a la libertad e igualdad entre los seres humanos).

Lo que se nos ha olvidado en esta batalla es asumir que así como somos biológicamente mestizos, políticamente controversiales, territorialmente resistentes y culturalmente diversos; también somos sexualmente híbridos. Debemos tener conciencia que (ocupando conceptos de Canclini y Richard) nuestra sexualidad es producto de una yuxtaposición de formas de representarnos y vivir lo sexual que llegado el momento de un nuevo discurso hegemónico se ve estremecido en la visualización, cognición como vivencia en torno al sexo. Esta hibridación la caracterizo desde mi región así como cada una de las regiones está sexualmente en un proceso de constante yuxtaposición.

El tiempo que nos toca vivir la sexualidad está marcado por el trauma que significa incorporar una nueva forma de entender la actividad sexual. Sufrimos una nueva invasión que habla de reivindicaciones eurocentradas. No se afirma en lo anterior un rechazo a la reivindicación de los derechos de los seres humanos, sino un trauma en cómo superar un modelo de sexualidad impuesto, precisamente bajo la imposición de muchos otros nuevos paradigmas.

Para acotar la referencia anterior, a lo que acá se alude es a la tensión que se genera en torno a la noción que uno posee de fidelidad/territorialidad/exclusividad frente al conocimiento y convencimiento de lo que se entiende como el amor y el sexo libre. Se propone entonces una propuesta para enfrentar la negación de la territorialidad del querer frente a la necesidad de manifestarse libre: Repensar la estructura parental de lo sexual considerando tejidos emocionales invisibilizados en un ejercicio de superación de los paradigmas incluso en proceso de instalación.

La instalación forzada del nuevo paradigma en el ámbito de lo sexual supone un trauma. Sobre todo si la bienvenida de una nueva forma de pensar y vivir lo sexual viene marcado por la modalidad de conocimiento incrustada desde el centro: la incorporación de un paradigma a través de sus modalidades tradicionales (charlas, textos, conferencias) supone una violación, un choque cultural, asociado a un trauma sexual por una neo-imposición. Cuando así suceden las cosas volver sexual un experimento detona una serie de incomodidades, inseguridad, incertidumbre y tensiones que afectan el carácter de la atracción y convivencia entre personas hasta entonces conocido.

Llevar el nuevo paradigma en lo sexual, de forma consiente (obedeciendo al proceder eurocentrista) resulta generar un impacto en la nueva construcción que se pretende omitir. Incomodidad, inseguridad, sensación de soledad, fidelidad, infidelidad, libertad y prisión se desconocen fracasando relaciones hasta entonces armoniosas (de cualquier tipo y número que se pueda imaginar). Si desarrolláramos una emancipación de lo que Héctor Guerra llama la “localización epistemológica” de nuestra región, enfrentaríamos el giro contemporáneo de lo sexual desde la autonomía, y no desde la obediencia. La experiencia sexual de cada uno de nosotros se asemeja a los nuevos y viejos modelos, pero esto no significa que coincidiendo, tengamos que obligar acople a un referente construido desde afuera de la propia experiencia. La urgencia por lo novedoso debe convivir con la conciencia de la sexualidad híbrida que poseemos.

La propuesta en definitiva es acercarse desde la piel hacia la otra persona, involucrar los sentimientos y sexualidad necesaria en la medida que retornemos a palpar el ritmo del otro. No ver como territorial el hecho de conformarse sólo con una persona, o vanguardia querer estar con dos, por separado o al mismo tiempo, levantando géneros a modo de aventura, a modo de ruptura. Una continuación de la estructura de la atracción y la posibilidad de destrucción en la medida que recuperemos la facilidad para acoplarse al ritmo del otro, durando una noche o quizás muchos años. Volver a desnudarse no tiene que ver con colocarse el taparrabo y correr por los parajes selváticos latinoamericanos. Tampoco consiste en desnudarse y correr a la playa con The Beatles de fondo; consiste todo esto en desnudarse frente a los otros leyendo el lenguaje de la piel, libres, sin exigencias paradigmáticas.

El desafío entonces es volvernos más humanos, enfrentarnos como seres humanos sensibles, consientes y sensitivos; esto no significa un retorno a la imagen del buen salvaje; esto consiste en todo lo contrario: supra-destruir los parámetros limitantes acerca del carácter ilimitado de la atracción, del juego químico de la piel y de la convicción de no perder al otro si ese deslumbrarse invita incluso a romper los nuevos paradigmas. No estamos obligados a casarnos pero tampoco estamos obligados a negarnos a un tipo de convivencia sólido (que no tiene que ver con lo formal).

Es así que en ámbito de lo sexual urge un ejercicio sistemático de toma de conciencia sobre la necesidad abarcar el sexo. El desafío consiste en, teniendo conciencia del tiempo que vivimos y sus explicaciones “más lógicas” mantenernos libres, mantenernos humanos y no forzar lo sexual. Evitar traumas sexuales producto del sometimiento a un paradigma que se destruye y tampoco una neo-sumisión a un punto de vista que resulta atractivo (recordemos cómo se ha instalado en la región esta nueva forma de abarcar lo sexual). El último llamado es a tener conciencia de lo anterior pero destruir todo modelo interpretativo, que como todos sabemos es una reducción de los múltiples ámbitos de la realidad social, en este ámbito de la realidad sexual, emocional y sentimental que reduce necesariamente la realización misma de la sexualidad humana.

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