viernes, 29 de junio de 2012

Perspectiva "Decolonial": Las heridas coloniales y sus marcas

Una crítica al proyecto de la modernidad desde la perspectiva “decolonial”. Entrevista (vía e-mail) al Lic. Martín Díaz, docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue y miembro del CEAPEDI.

Autor: Andrea Villar

¿Cuáles son los problemas que plantea una discusión en torno a “América” y “América Latina” hoy?
La idea de América y de América latina conllevan toda una serie de debates y desafíos -tanto intelectuales como políticos- los cuales vienen cobrando cada vez más mayor fuerza y presencia en la agenda de las ciencias sociales y humanas en el continente. Esto responde en alguna medida a la necesidad de indagar críticamente nuestros legados históricos y culturales, así como a la necesidad de examinar aquellos discursos e imaginarios que hicieron posible la formación de cierta imagen de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo. Podríamos decir que los debates acerca de un pensar critico desde América Latina son posibles de hallar cercanos a nuestro presente en la década del 60’ y 70’ con el surgimiento de la filosofía y la teología de la liberación en el continente, en los análisis provenientes de la llamada teoría de la dependencia y en los aportes de la pedagogía del oprimido de Freire.

Aquí encontramos una profunda necesidad de dar cuenta de las situaciones de injusticia material y simbólica en la que se encuentran históricamente inmersos los pueblos, o más concretamente, los hombres de carne y hueso que pueblan este continente. Ahora bien, en los últimos años han aparecido en escena otros proyectos políticos e intelectuales -como es el caso del denominado proyecto modernidad-colonialidad o ‘perspectiva decolonial’- quienes han asestado a mí entender un conjunto de críticas medulares a lo que se conoce con el nombre de ‘modernidad’. Es en la crítica al proyecto de la modernidad en donde resulta posible volver visibles las ‘heridas’ y ‘marcas coloniales’ aun abiertas en lo que llamamos América Latina.

En primer término, a efectos de poder adentrarnos en las discusiones en torno a la ‘idea de América’ y los problemas que acarrea en la actualidad, es menester señalar que al hablar de América estamos refiriendo básicamente a un proceso de ‘invención’ llevado a cabo por la modernidad europea a partir del proceso de expansión colonial puesto en marcha en 1492 con el control del atlántico por parte de España y Portugal. De tal modo, lo que llamamos América constituye entonces el resultado de un proceso civilizatorio llevado a cabo por Europa a partir del cual nuestro continente resultará anexado al sistema mundo moderno/colonial como lo Otro de Europa, es decir como el inevitable sacrificio que se deberá pagar para ser incorporados a la civilización.

De esta manera, la ‘idea de América’, no es otra cosa que el producto de un relato histórico desplegado por Europa en donde se conjugan tanto los imaginarios acerca de la salvación y ‘humanidad de las almas’ de la cosmología cristiana como la incipiente lógica del capitalismo mercantil en esta fase del ensanchamiento del mercado mundial. En otras palabras, con la ‘idea de América’ nos encontramos frente a un proceso civilizatorio en sus diversas dimensiones -territorial, económica y cultural, entre otras- que contribuirá a forjar la concepción que estas tierras estaban pobladas por seres que eran menos que humanos, carentes de ‘alma’, de ‘racionalidad’ y de conocimiento legítimo alguno.

En misma dirección, ocurre algo similar al hablar de la ‘idea de América Latina’ puesto que dicha idea posee una directa vinculación con el proyecto colonial proyectado por Francia en la primera mitad del siglo XIX, en su propósito de anexar la entonces ‘Hispanoamérica’ a los intereses coloniales franceses. El problema clave aquí es la noción de ‘latinidad’ dado que la misma refleja por un lado la pretensión de ‘renombrar’ el continente de sus antiguos nombres a afectos de anexarlo territorial y simbólicamente a los designios de una potencia hegemónica europea y, por el otro, una idea que será apropiada por nuestras elites criollas en la formación de los incipientes estados nación en el continente.

Es por ello que uno de los grandes problemas y desafíos que involucra una discusión sobre América Latina radica en primer lugar el poner en evidencia estos discursos e imaginarios desde los cuales hemos sido construidos. Esta necesidad de hacer una crítica de ‘nosotros mismos’ supone de alguna manera desmontar los imaginarios que contribuyeron a formar la idea de América como un continente bárbaro, enfermo y atrasado que debía transitar el necesario camino transitado por Europa. Dicho de otro modo, la critica a estos imaginarios no es otra cosa que detectar las historias silenciadas, las tradiciones de conocimientos soterradas, el exterminio de los cuerpos y los saberes pensados por fuera de la razón, la ciencia, el progreso, etc.

En segundo lugar, pensar críticamente hoy América Latina involucra también la necesidad de realizar la tarea aún abierta de ‘descolonizar’ estos imaginarios de los cuales somos en gran medida sus ‘efectos’ y sus reproductores. Por descolonizar debemos entender fundamentalmente una tarea de ‘descolonización mental’ de los modos y representaciones que hemos heredado para pensar la particularidad de nuestras realidades, el componente sexista y racista de nuestras tradiciones de conocimientos y el ‘occidentalocentrismo’ contenido en las mismas.
¿En qué consiste el “Proyecto Decolonial”? ¿Con quiénes y sobre qué temas discute? ¿Rescata algo de la modernidad occidental?
La denominada perspectiva decolonial constituye un proyecto conformado por intelectuales y activistas latinoamericanos y afrocaribeños, pertenecientes a diversos campos disciplinares, quienes han problematizado el carácter eurocéntrico, racista, monocultural y sexista de las tradiciones de conocimiento gestadas al interior del proyecto de la modernidad occidental. Una de las tesis centrales formuladas por la perspectiva decolonial es que no hay modernidad sin colonialidad; esto es, que modernidad y colonialidad constituyen ‘dos caras’ de una misma moneda que opera en el plano del poder, del ser, del saber y de la naturaleza bajo diferentes modalidades en nuestro presente.

La pregunta clave aquí sería entonces, de qué hablamos cuando hablamos de colonialidad? Lo que podríamos decir en un sentido amplio es que al hablar de colonialidad estamos refiriendo al ‘lado oscuro’ puesto en marcha por la modernidad el cual posibilitó crear una autoimagen de Europa en tanto centro de la historia y ‘cuna del saber’ de la humanidad y, por contrapartida, una representación de lo ‘no-europeo’, como sinónimo de inferioridad, primitivismo, inhumanidad, etc. En este sentido, al decir que modernidad-colonialidad constituyen una dupla indisociable lo que se pretende señalar es que la modernidad no constituye un fenómeno producido alrededor del siglo XVII al interior de Europa de ‘salida de la humanidad de un período de oscuridad’, sino un proyecto global iniciado en 1492 cuyo ‘lado oscuro’ será la conquista, el genocidio y las múltiples formas de ‘epistemicidios’ o de destrucción de formas de conocimientos y prácticas culturales. En esta dirección, y anticipándome un poco a una de las preguntas formuladas, la perspectiva decolonial no rescata ni reivindica en absoluto ninguno de los supuestos aportes que ha brindado a la humanidad la modernidad occidental. Por el contrario lo que se propone es superar y transformar la ‘herencias de la modernidad’ que actúan en nosotros de diversos modos.

Estas ‘herencias de la modernidad’ se vuelven visibles al detectar el desprecio hacia otras formas de conocimiento al interior de las tradiciones hegemónicas de las ciencias sociales y humanas, en el sexismo y racismo que han contribuido a forjar formas normalizadas acerca de la sexualidad y lo humano y, además, en la imposición de una concepción de la naturaleza reducida a un recurso ‘puesto al servicio del hombre’; concepción del mundo la cual ha conducido o situado a la humanidad en una situación de eminente catástrofe ecológica global.

Respecto con quienes discute la decolonialidad podemos decir que desde un punto de vista teórico-conceptual mantiene un diálogo crítico con lo ‘mejor’ de la tradición de pensamiento occidental -marxismo, tradición crítica de Frankfurt, posestructuralismo- encontrando en estas corrientes de pensamientos algunos ‘insumos teóricos o metodológicos’ relevantes, pero también serias limitaciones para pensar las consecuencias del proyecto de la modernidad en lo que fueron antaño los enclaves coloniales como es el caso de América Latina. Por ello, la decolonialidad -aunque sobre esto no hay acuerdos generalizados- se nutre de otras genealogías de pensamiento en las que encuentra elementos de peso para salirse de la lógica de la modernidad-colonialidad y su eurocentrismo, como es el caso de Frantz Fanon, Aimé Cesaire, el sociólogo africano W.E.B Dubios, la intelectual chicana Gloria Anzaldúa, entre otros.

En otras palabras, si bien no se descarta los aportes de lo que llamaríamos la tradición filosófica de occidente y en algunos casos se promueve un ‘uso critico’ de ciertos insumos teórico-metodológicos de la misma, la decolonialidad se abre fundamentalmente a las experiencias y legados de los ‘condenados de la tierra’ en aras de procurar transformar el relato de la historia de la humanidad propio de la modernidad capitalista en otros futuros posibles. Además la perspectiva decolonial considera como parte complementaria de estas otras genealogías de pensamiento las ‘prácticas políticas’ de los movimientos sociales en el continente - los ‘sin tierra’ en Brasil, el zapatismo en Chiapas, los movimientos indígenas y afros de Ecuador y Bolivia- quienes promueven otras formas de vida comunitaria, otros modos de concebir la democracia respecto a la tradición liberal occidental, otras formas de concebir la relación entre nosotros y la tierra. En suma, se trata de otra concepción de lo ‘político’ que propugna descolonizar un modo de vida global agotado y en crisis e inventar -sin conocer ni formular la receta de antemano- ‘otros mundos posibles’.
Socavados los cimientos de la matriz colonial de poder desde la que nos hemos pensado como latinoamericanos, ¿Qué queda? ¿Qué hacer? ¿Cómo representarnos? ¿Cómo evitar caer en perspectivas esencialistas de la identidad?
Ante todo para responder a esta pregunta deberíamos decir que si bien la experiencia colonial llegó a su fin en nuestro continente con las independencias administrativas del siglo XIX en los por entonces enclaves coloniales, esto no debe interpretarse como el fin de la lógica de la modernidad. Para explicarlo en otros términos si bien el colonialismo es anterior a la colonialidad, esta última le precede en el tiempo y no se agota con el fin del colonialismo. De tal modo, los cimientos de la matriz colonial de poder lejos de haberse extinguido actúan en nosotros en tanto sujetos modelados por los mandatos de la modernidad. En otras palabras, si bien ya no estamos aferrados a una experiencia del tipo colonial -más allá de sus resabios- si lo estamos a la lógica de la colonialidad y a sus ‘heridas coloniales’.

Para decirlo en otros términos, si bien a mediados del siglo XIX se forjó un proceso de independencia administrativa en las colonias, hay ciertas ‘cadenas mentales’ -que imponen determinados modos de ‘ser’ y de ‘conocer’- las cuales se han mantenido bien sujetadas hasta hoy. Por ello a la primera experiencia de descolonización del siglo XIX debe seguirle una ‘segunda descolonización’ o más propiamente una ‘descolonialidad’ de los imaginarios, modos de validación de los conocimientos y modos de existencias que reproducen los mandatos civilizatorios de la modernidad capitalista.

Respecto a qué nos queda hacer frente a esta crítica digamos demoledora de las verdades con las cuales nos hemos referenciado en el mundo, considero que lejos de suponer una especie de clausura o postulación de algún tipo de ‘esencialismo provinciano’ abre las puertas para aprender a pensar de otro modo y aprender a vivir de otro modo. Para entender esto, hay que tener en claro que no se trata de postular un retorno a un ‘punto cero’ de la historia en pos de recuperar algún tipo de esencia de lo ‘latinoamericano’ o ‘edad de oro’ en el continente, no se trata tampoco de postular una ‘identidad de lo latinoamericano’ puesto que las identidades remiten siempre a algo dado y esto nos impide ver las relaciones de poder desde las cuales hemos sido construidos, tampoco se trata de proponer un planteo antieuropeo o anti-occidental que en definitiva reproduciría en otros términos una negación de una parte de la humanidad; de lo que se trata en suma -frente a esta crítica de lo ‘latinoamericano- es de construir otros mundos interculturalmente posibles.

Por mundos interculturalmente posibles quiero decir la articulación de un proyecto contra hegemónico capaz de producir otras prácticas de conocimientos y de existencia que no reproduzcan ni el sexismo, ni el racismo, ni el usufructo demencial de la naturaleza, ni el academicismo ensimismado del mundo propio de la tradición hegemónica occidental. Por cierto que todo esto hay que construirlo, hay que ir inventándolo, no existe aún como un hecho sino más bien como un proyecto que requerirá tanto de la insurrección de los cuerpos y saberes sujetados como de los legítimos aportes de la tradición europeo-occidental.



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