miércoles, 10 de octubre de 2012

Bolivia: Falso chavismo

Falso chavismo

- 09/10/2012

Hugo Chávez acaba de ser reelecto presidente de Venezuela. El acontecimiento y el intenso proceso electoral que lo precedió han dado motivo a que los voceros del oficialismo boliviano proclamen su enfática adhesión al presidente Chávez. Pero a estas alturas de la historia, el chavismo de los masistas resulta muy poco fundado, engañoso y hasta hipócrita, pues las distancias y desencuentros entre su Gobierno y el de Chávez son grandes y crecientes.

Si en algo tuvo éxito Chávez es en evitar la privatización del petróleo venezolano, y en establecer un efectivo control estatal sobre la industria y las enormes reservas hidrocarburíferas de Venezuela. Evo Morales, en cambio, a cuenta de nacionalización, ha concentrado en dos empresas transnacionales el dominio real de más del 85% de la producción hidrocarburífera del país, y, además, las “estimula” duplicando el precio al que les compra su producción.

Chávez ha redistribuido significativamente la renta petrolera de su país, multiplicando el presupuesto nacional que antes de su Gobierno se destinaba a educación y salud. Morales mantiene el presupuesto de esos rubros en los mismos niveles miserables que tenían en los anteriores gobiernos neoliberales. Chávez ha iniciado la repatriación de las reservas internacionales netas de su país, que sus predecesores gobiernos neoliberales depositaron en la banca extranjera. Morales, exactamente al contrario, está acumulando las reservas internacionales que nunca antes tuvo el país, en esa misma banca de los países ricos.

La derecha estuvo siempre radicalmente equivocada, y lo está cada vez más, al denunciar la subordinación del Gobierno de Morales al de Chávez. Jamás existió tal cosa, y hasta la cooperación venezolana, planteada por Chávez como instrumento de integración liberadora, fue frustrada por el Gobierno boliviano.

En efecto, Petroandina, sociedad formada entre YPFB y PDVSA para operativizar y fortalecer la intervención directa del Estado boliviano en la producción de hidrocarburos, se mantiene marginal e inoperante mientras crecen las ventajas y privilegios para Petrobras y REPSOL. Hace ya cinco años, el Gobierno venezolano ofertó apoyar la industrialización del gas boliviano financiando, en condiciones solidarias, el 50% de una planta de urea, pero el Gobierno de Morales, después de perder ese tiempo, ha optado por construirla en las condiciones de mercado propuestas por una transnacional coreana.

Tampoco los abundantes recursos de los que dispuso Morales, con especial flexibilidad en su objeto y modalidad de gasto, se gastaron de acuerdo con el propósito declarado por Chávez. En algunos casos, como el de los recursos de ALBA-TCP para la producción y comercialización de soya, fueron escandalosa presa de corrupción.

En otros, se malgastaron en construcciones del programa “Bolivia cambia, Evo cumple”, agrietadas y ruinosas antes de estrenarse. Más allá, si el dinero venezolano alcanzó a oscuras bonificaciones o a misteriosos paquetes accionarios, no lo sabemos, pero las cosas no se ocultan precisamente por ser maravillosas o gozar de una radiante legitimidad.

En todo caso, el que más ganó con la cooperación venezolana fue Evo Morales, pues durante varios años pudo financiar su compulsiva y obsequiosa búsqueda de popularidad, en su particular estilo barrientista: repartiendo cheques venezolanos a bordo de helicópteros venezolanos. De esta relación, Morales tiene tanto que agradecer como Chávez que lamentar, y esto, por sí solo, demuestra la fragilidad e insostenibilidad política de la misma. Como que ya desde hace algún tiempo la cooperación venezolana está en franca retirada.

A la distancia, la revolución bolivariana, después de 12 años, pareciera haber agotado su potencialidad transformadora en el afianzamiento de un capitalismo de Estado con conducción soberana y con políticas sociales de amplia inclusión, las que, no obstante, al no sustentarse sólidamente en la transformación de las estructuras de producción, son susceptibles de limitarse al asistencialismo. Si bien estas realizaciones no convencen como referencia de sociedad post-capitalista, o socialismo que no sea el meramente retórico, representan una importante conquista liberadora frente al poder globalizado del capital.

De esa realidad y perspectiva, el Gobierno de Evo Morales está muy lejos y marcha en la dirección inversa. Si se trata de dar a su Gobierno un apelativo surgido de la analogía internacional, no cabe el “chavismo”, y sí, en cambio, un “humalismo” tan desalmado como el original, pero discursivamente delirante y políticamente disparatado. Algo así como un “humalismo” con copitas.


Alejandro Almaraz es abogado. Fue viceministro de Tierras.

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