lunes, 17 de diciembre de 2012

El despertar obrero en África

Por Eduardo S. Molano  

En la reciente historia del movimiento obrero africano, la fecha aparece grabada con letras de sangre. A finales del pasado mes de agosto, al menos 47 trabajadores perdían la vida a manos de la Policía durante los disturbios en la mina sudafricana de Marikana. El crimen se producía tras más de una semana de enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y cerca de 3.000 asalariados, quienes protestaban por la rebaja del jornal a la que se enfrentaban.

Sin embargo, al margen del número de víctimas, la tragedia es ejemplificadora. Al menos, del peso alcanzado por los sindicatos en la región.

Sobre todo, porque en la realidad del conflicto subyace la lucha de poder abierta entre la joven e independiente “Asociación de Mineros y Trabajadores de la Construcción” (AMCU, por sus siglas en inglés) y el “Sindicato Nacional de Mineros” (NUM), ligado este último al presidente Jacob Zuma.

Es cierto, la lucha obrera no era un caso nuevo en el “país del arco iris”. En 2011, al menos 170.000 trabajadores ya se echaron a la calle (principalmente del sector siderúrgico) para protestar contra la actual crisis que asuela el país. Motivos no les faltaban. Entonces, los precios al consumo se habían incrementado un 10,9%, mientras que la principal compañía eléctrica -Eskom- disparaba su tarifa en un 30%.

Solo en los últimos dos años, se han perdido cerca de 280.000 puestos de trabajo, y eso solo si miramos en la industria del hierro”, destaca Irvin Jim, secretario general del principal sindicato sudafricano (Numsa).

Y a río revuelto obrero, ganancia de gremios. Como asegura el analista Rutendo Dhliwayo, en países como Sudáfrica, los sindicatos tienen ahora un papel más amplio en el desarrollo nacional más allá de la protección de los derechos de los trabajadores y la mejora de su situación económica.

Las asociaciones de jornaleros deberían promover el cambio social y la justicia, la armonía de las relaciones laborales y fomentar el desarrollo de recursos humanos. Por ejemplo, la lucha del Congreso Nacional de Sindicatos Sudafricanos (más de dos millones de miembros) ha sido determinante para paliar la distribución desigual de los ingresos”, destaca Dhliwayo.

La ley del eterno retorno. Históricamente, los sindicatos de trabajadores africanos siempre fueron una fuerza impulsora anti-colonial y de liberación. Sin embargo, tras la independencia, muchos de ellos se convirtieron en meras correas de transmisión de los partidos gobernantes: A cambio de renunciar a las libertades fundamentales, sus líderes mantuvieron los puestos de trabajo y privilegios.

Sin embargo, casi medio siglo después de que el continente observara sus primeros procesos nacionalistas, los gremios comienzan a evolucionar. Eso sí, sin homogeneidad. Como recuerda Johann Maree, profesor de Sociología en la Universidad de Ciudad del Cabo, en su informe “The role of trade unions in Sub-saharan Africa in defending and promoting democracy”, en el continente confluyen desde sindicatos que han tenido un papel determinante en la promoción y protección de la democracia (caso de Ghana), a movimientos obreros cuyo crecimiento ha sido vilipendiado por regímenes militares o autoritarios (Nigeria y Kenia), pasando por aquellos a la vanguardia de la lucha por la transición de la autocracia a la democracia (Zimbabue) o incapaces de colaborar en el mantenimiento de la democracia (Namibia).

Y las diferencias, lógicamente, comienzan a ser notables. En agosto y de forma paralela a los disturbios de Sudáfrica, una turba de empleados locales de la mina de carbón de Collum, situada a cerca de 325 kilómetros de la capital de Zambia, Lusaka, acababa con la vida de un capataz chino y hería gravemente a otro (en la anterior clasificación mencionada, Zambia ejemplifica a un Estado donde se ha producido un cambio de régimen debido al movimiento sindical, pero sigue siendo una democracia imperfecta).

El motivo de la agresión fue la negativa de la compañía asiática a proceder con el aumento salarial que el Gobierno de Zambia había aprobado el pasado mes de julio. Conforme a éste, el sueldo mínimo quedaba establecido en 522.000 kwachas mensuales (algo menos de 100 euros) para sirvientas y empleadas del hogar, y 1,1 millones de kwachas (200) para los trabajadores sindicados.

Ya en febrero, Lusaka reconocía que la creación hace cinco años de un cinturón económico en la región de Chambishi había generado cerca de 500 millones de dólares, solo en impuestos, así como unos ingresos por venta (la zona sirve de sede a una una mina de cobre del mismo nombre) de más de 4.000 millones.

Los sindicatos en África son organizaciones débiles con muchos problemas internos. Atrapados entre la formalización de sus economías, por un lado, y las consecuencias de la globalización neoliberal, por el otro, son vistos como una reliquia del pasado”, aseguraba en 2005 Hubert René Schillinger, de la Fundación Friedrich-Ebert
 

Sin embargo, siete años después, ya nadie duda de que (a pesar de su todavía escasa capacidad para influir en los salarios y condiciones de trabajo) los sindicatos comienzan ahora a abrirse al nuevo mundo laboral.
Después de un largo período de letargo, el dragón del movimiento obrero comienza a despertar en el continente. Aunque habrá sangre.

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