martes, 25 de diciembre de 2012

Makoko: la Venecia nigeriana de la miseria

Por primera vez, en sus 34 años de vida, Ewajane Osowo reconoce tener miedo. Miedo a la derrota. Miedo a la miseria. Pero, sobre todo, miedo al futuro de su hija.

“Si nadie lo remedia, en los próximos meses perderé mi vivienda. Y con ella, toda esperanza”, asegura, entre lágrimas, este pescador nigeriano residente en el asentamiento chabolista de Makoko, en el corazón de Lagos.

Su caso no es único. Como Osowo, al menos 120.000 personas se enfrentan a la expulsión directa de este barrio tras la orden emitida, el pasado mes de julio, por el Gobierno de Abuja para su desalojo. En sus calles, el presente tan solo se dibuja entre miseria y tripas de pescado.

“Desde el anuncio por parte de las autoridades, una parte de Makoko ha sido ya demolida. Ahora, la mayor parte de los afectados duerme en canoas a la intemperie. La situación es dramática. Solo en el último mes, tres niños menores de diez años se ahogaron al zozobrar las embarcaciones donde dormían”, asegura Osowo, quien recientemente fue elegido presidente de la la asociación de pescadores del barrio.

Y no son pocos. Fundado en 1860, la identidad del asentamiento está íntimamente ligada al acceso de sus habitantes a las vías fluviales para la pesca y el transporte de madera desde el interior del país a Lagos. Son los hijos de la bosta, de la miseria, de la mierda sin eufemismo. Simples pescadores cuyas capturas apenas les sirven para sobrevivir hasta el día siguiente.

“La situación desesperada de Makoko es solo resultado directo de la falta sostenida del Gobierno local para extender los servicios sociales a sus habitantes. La comunidad ha existido durante más de un siglo sin la presencia visible del Estado”, reconoce Felix Morka, abogado pro derechos humanos que representa a los vecinos del barrio en su cruzada contra el Estado nigeriano para evitar la demolición de sus viviendas.

Miseria, no obstante, del todo habitual en el titán Lagos. En la actualidad, según cifras de la organización humanitaria Social and Economic Rights Action Center, apenas el 20 por ciento de los 15 millones de habitantes de esta ciudad son propietarios de sus hogares. De igual modo, los barrios marginales de la ciudad se han ampliado, desde los 42 de 1984, a los más de un centenar contemporáneos.

“El Estado es el mayor especulador de tierra del país” -destaca el abogado Morka- . “La gente vive en los barrios pobres, no porque estén orgullosos de hacerlo, sino porque es el único lugar de la ciudad que pueden permitirse. Somos seres humanos y nos merecemos un lugar para vivir, aunque éste sea un tugurio”.

Una opinión compartida por el pescador Osowo: “El único interés por derribar Makoko es económico. Con el pretexto del desarrollo urbano, el Estado de Lagos quiere dejar en la calle a millares de personas. Sin embargo, estos desalojos tan solo buscan lucrarse con la venta de los solares”.

La experiencia es la mejor guía. En julio de 1990, la administración local declaraba “no acto para la vida humana” los asentamiento populares de Eti-Osa, al este de la ciudad. En aquel momento, cerca de 300.000 personas fueron expulsados del distrito y sus tierras entregadas a la familia Oniru, una de las más ricas del país. “Curiosamente”, estos terrenos se han revalorizado ahora de forma millonaria.

Y, a buen seguro, clientela no faltará. A día de hoy, Lagos cuenta con una tasa de crecimiento poblacional espeluznante, incluso, para una mega ciudad: 4,8% anual. No en vano, su población es mayor que la de 37 países de África, mientras que los arrabales más pobres tienen una densidad de entre 790 y 1.240 personas por hectárea.

Osowo es partícipe de esta derrota humana. En una diminuta chabola, este nigeriano convive con su mujer y su hija de apenas ocho meses. Un lugar, donde los orines tiñen el agua en su recorrido por las calles y en el que nadie se atreve a hablar de la eterna (y tópica) sonrisa de África.

Quizá, no sea éste el mejor sitio para vivir a estándares occidentales, pero simplemente es su lugar en el mundo. Y que nadie ose discutir su elección.

“Provengo de una tradición pescadores que se remonta hasta más allá de mi bisabuelo. Sin embargo, dudo mucho que mis herederos puedan continuar con la estirpe. Somos una especie en peligro de extinción”, destaca el pescador.

Es cierto, ya poco o nada ya queda del pasado glorioso de Makoko, una comunidad compuesta, fundamentalmente, por miembros de las etnias yoruba, egun, ilaje e ijaw llegados en el siglo XIX desde las actuales Benin y Togo. Un pueblo, que siempre ha coexistido pacíficamente a pesar de su diversidad étnica y religiosa.

Es la otra cara de la moneda, la de un crecimiento económico y poblacional que avasalla a su propio creador y convierte en miseria todo lo que toca.
“En los años de gloria de la región, cerca del 40% de todo el pescado ahumado que se consumía en Lagos se procesaba en la comunidad. Ahora solo hay cadáveres”, destaca Osowo.

Algunos, con nombres y apellidos. Timothy Azinkpono: El pasado 23 de julio, durante las protestas contra el derribo del asentamiento de Makoko, este pescador fallecía a tiros de la Policía. El caso todavía está bajo investigación.

Mientras, y por encima de los muertos en el camino, la lucha del titán Lagos no se detiene. Porque a pesar de ser el pilar de casi el 60% de la economía no petrolera de Nigeria, esta megalópolis sigue siendo incapaz de alcanzar su potencial debido a los problemas de infraestructura que arrastra (su presupuesto de 650 millones de dólares anuales todavía depende del Gobierno Federal en casi un 36% y continúa vulnerable a las fluctuaciones de los precios del petróleo).

Unas deficiencias estructurales, que resultan del todo obvias al recorrer las calles de Makoko. En ellas, decenas de casas derruidas dibujan un cementerio urbano donde la pobreza extrema impide el disfrute de servicios mínimos como el agua, la electricidad o la educación.

“Es cierto que el barrio debe ser renovado y adecuarse a unos estándares mínimos sanitarios, pero su destrucción no es la salida a los problemas”, asegura Yusuf Sodiq, quien ostenta el cargo de Baale (líder religioso local) del barrio.

“Desde que el Gobierno anunciara la demolición del barrio, hemos planteado un plan de saneamiento para evitar esta solución final. Pero no lo podemos hacer solos”, añade.

¿La única esperanza? En forma ya de papel mojado. En los últimos meses, la comunidad de residentes de Makoko centra sus oraciones en la aplicación (real) del Lagos Metropolitan Development and Governance Project, un programa cercano a los 200 millones de dólares y cuyo objetivo es mejorar los servicios en nueve de los principales asentamientos chabolistas de Lagos, incluido Makoko.

Bajo este proyecto, el Gobierno local está obligado a actuar de forma conforme a las políticas de actuación del Banco Mundial (socio financiero del plan urbanístico), así como suministrar una nueva vivienda a todos aquellos desplazados involuntarios, en caso de que el derribo fuera inevitable. Sin embargo, a pesar de sus compromisos contractuales, el Gobierno estatal trata a los residentes de estas comunidades como personas prescindibles. Apátridas carentes de cualquier derecho.

“Somos simples pescadores. Nuestro pueblo necesita el agua. Nuestras familias tan solo sobreviven con lo que pescamos. Abandonar ahora no es la solución”, destaca Sodiq, quien aduce circunstancias históricas para permanecer en el barrio.

“Desde hace más de un siglo estamos aquí. Solo conocemos esta forma de vida. El Gobierno quiere empezar una nueva era económica a costa de nuestra generación. Y en juego no está solo nuestro futuro, también el de nuestros hijos”, denuncia el líder religioso.

Mientras, en el titán Lagos, ajenas a las palabras de Sadiq, los recuerdos del pasado se hunden entre tripas de pescado y orines. Siempre, en eterna espera de un nuevo derribo. Siempre en búsqueda de una nueva mañana

Tomado del Blog     Matatu a África



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