lunes, 9 de septiembre de 2013

RECOMENDABLE: El extractivismo mágico, ¿también cura las hemorroides?

  Eduardo Gudynas
 
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A pesar de la acumulación de críticas y resistencias a los extractivismos, los gobiernos sudamericanos insisten en defenderlos. Partiendo de oposiciones exageradas, como “petróleo o pobreza”, ponen las soluciones en más extractivismos, convirtiéndolos en medicinas milagrosas que todo lo curan.  Esta postura se ha acentuado todavía más en los últimos meses. Distintos gobiernos han elevado sus apuestas a los extractivismos, defendiendo actividades mineras, petroleras o agrícolas intensivas, volcadas a la exportación de materias primas, como si solucionaran todos los problemas nacionales.

Están obligados a hacerlo. Es que la nueva generación de este tipo de emprendimientos son más intensos o cubren mayores superficies, o bien buscan avanzar sobre áreas que están protegidas por ser territorios indígenas o por su riqueza ecológica. A su vez, como se han multiplicado las evidencias de los efectos negativos, y sigue aumentando el número de resistencias ciudadanas y movilizaciones populares, la gente ya no cree mucho en las viejas justificaciones.

Hay varios ejemplos de estas nuevas posturas, tanto por derecha como por izquierda. En Perú, el gobierno de Ollanta Humala intenta buscar gas en las reservas territoriales indígenas próximas a Camisea. Para ello ha presionado a las agencias gubernamentales en interculturalidad y áreas protegidas para que cambiaran sus evaluaciones iniciales negativas en otras que fueran positivas, y así poder ingresar en esos sitios.

En Uruguay, el presidente José “Pepe” Mujica, y la coalición de izquierda gobernante, han desplegado considerables energías para imponer un proyecto de megaminería de hierro a cielo abierto. Se creará una enorme mina, promovida por capitales de la India, que se debe complementar con un largo mineraloducto, un puerto de aguas profundas y una generosa provisión de energía eléctrica. Si bien en el exterior a muchos les resulta muy simpático Mujica, dentro del país se critican sus concesiones en tributos e infraestructura a los inversores mineros, sus repetidas amenazas de descuartizar al Ministerio del Ambiente o su desapego por atender las áreas protegidas.

Estos ejemplos muestran que, sea por derecha o por izquierda, el extractivismo avanza en el continente. En todos los casos hay un nuevo empuje de esas actividades que se cierne sobre áreas ocupadas por agricultores, campesinos, indígenas o que son santuarios ecológicos.

Medicina mágica

En los últimos meses, ante cada crítica o alerta ciudadana, enseguida aparece una respuesta, casi siempre gubernamental, a veces empresarial, planteando un nuevo atributo positivo de los extractivismos. Estos se convierten en medicinas mágicas que todo lo cura. Sea la megaminería, los hidrocarburos o los monocultivos intensivos, se los reviste de atributos positivos, tales como generar miles de empleos, promover las exportaciones, financiar programas sociales, y más. A su vez, ese mismo discurso anula los impactos o costos de esos emprendimientos, y los que los planten están mal informados, tienen agendas políticas escondidas, o exageran.

Esta dinámica me recuerda una historia que escucho de tanto en tanto desde hace muchos años en algunos ámbitos vinculados a los temas del desarrollo. Todo se inicia en la sede de CEPAL en Santiago de Chile hace unos veinticinco años atrás, cuando allí se elaboraba la propuesta de la “transformación productiva con equidad”. Mucha gente tenía grandes ilusiones con ese programa, concibiéndolo como “la respuesta” cepalina al neoliberalismo. Esto hacía que en cada nuevo taller de análisis y discusión, se hicieran nuevas adiciones. Poco a poco, la propuesta inicial se derramó hasta cubrir una enorme variedad de cuestiones (sociales, educativas, ambientales, comercial, etc.). Se llegó a un taller donde, según cuentan algunos veteranos, al momento de agregar algunas nuevas virtudes, uno de los asistentes, ya cansado, preguntó: ¿también cura las hemorroides?

No sé si la historia es verdad o es una leyenda, pero a mi modo de ver ese relato encaja perfectamente con la situación que ahora se vive con los extractivismos. Prácticamente desaparecen todos los efectos negativos, y cada semana se nos dice de alguna nueva propiedad positiva en extraer masivamente los recursos naturales de los más apartados lugares de nuestros países. Ya son tantas que vale la pena preguntarse si el extractivismo no curará las hemorroides o alguna otra enfermedad.

Algunos pensaran que mi analogía es exagerada. Para defender que no lo es, basta repasar las noticias de las últimas semanas, dominadas por la cancelación del programa que buscaba impedir la explotación petrolera en el parque Yasuní, en la Amazonia de Ecuador. Años atrás, Ecuador lanzó la idea de dejar el petróleo en el subsuelo de ese parque y en lotes adyacentes a cambio de una compensación económica internacional. En esos esfuerzos, el gobierno subrayaba tanto elementos ecológicos como sociales. Entre los primeros estaba que esa zona era una de las de más alta biodiversidad en el planeta, y su mandato constitucional con los derechos de la Naturaleza; entre los segundos, se encontraban los pueblos indígenas que habitaban el área (algunos no contactados). Además, Ecuador había sufrido directamente las consecuencias ecológicas y sociales nefastas de la explotación petrolera en la Amazonia, y sabe de sus costos económicos (todo ello en el conocido megajuicio Chevrón-Texaco).

Repasemos la curiosa situación ecuatoriana: Allí, mucha gente sabe muy bien que la llegada de los pozos petroleros va de la mano con todo tipo de problemas sociales y ambientales. Todavía son más los ecuatorianos que saben que su propio gobierno durante unos siete años sostuvo que ese parque era una joya ecológica, que tenía indígenas no contactados, y que debía ser protegido. El gobierno debía reemplazar todo estos argumentos por otros nuevos para justificar su decisión de explotar el petróleo en la zona de Yasuní. Necesitaba una nueva variedad de la medicina mágica.

La sangre de la tierra

El presidente Correa anunció que se vio obligado a promover la explotación petrolera en ese parque amazónico porque la comunidad internacional le había fallado y era hipócrita. Agregó que era necesario volcarse a ese extractivismo para solucionar la pobreza en Ecuador, y a partir de allí se lanzó a una semántica audaz. Correa pintó un panorama desolador de la Amazonia, listando problemas como la inexistencia de agua potable o saneamiento, enfermedades como dengue, cólera o gastroenteritis, o señalando que en su criterio todos los pueblos ancestrales viven en la pobreza, y así sucesivamente. Para superar “todos” esos problemas se necesitaba drenar el petróleo amazónico. Es más, en distintas intervenciones de prensa ha sostenido que con los ingresos petroleros se asegurarían servicios básicos en “toda” la Amazonia, y en “general en todo el país”. Si usted tiene alguna duda que el extractivismo todo lo cura, los dichos presidenciales apostaron por más, vaticinando que Ecuador podría ser el primer país en América Latina con servicios básicos en todo el territorio.

Ese discurso fue tan poderoso, que aquellos indígenas no contactados que habitaban el parque, parecería que desaparecieron, y ya no volvieron a ser nombrados en los días siguientes. También desapareció la riqueza en fauna y flora del área, o el mandato constitucional de preservar los derechos de la Naturaleza. La medicina extractivista tiene, por lo tanto, capacidades adicionales en hacer desvanecer etnias, especies silvestres o derechos constitucionales.

El discurso gubernamental también sostuvo que existen nuevas tecnologías que permitirían sacar el petróleo casi sin impactos. En días siguientes, se habló profusamente de helicópteros que atenderían unas “plataformas” petroleras que en lugar de estar en los mares, se emplazarían dentro de la selva. Con esto se apuntaba a hacer desaparecer las lecciones que arrojaron las explotaciones petroleras en otros sitios amazónicos, sosteniéndose que la empresa estatal, solamente por ser estatal, ya aseguraba los mejores estándares sociales y ambientales.

Es evidente que estamos ante un discurso simplista, algunos de cuyos aspectos se repiten en otros países. Es cierto que hay pobreza en la Amazonia, pero es extremadamente dudoso que se solucione taladrando un parque amazónico; es verdad que las regalías petroleras podrían ser jugosas, pero de allí a decir que asegurarán servicios básicos en todo un país hay una evidente exageración. Son fórmulas simplistas, como “sacar petróleo = eliminar pobreza”, que proveen el sustento a discursos mágicos y voluntaristas, pero que calan profundamente en muchos sectores sociales. Esta es una nueva gramática del extractivismo que tiene la virtud de cosechar adhesión social por su invocación a luchar contra la pobreza, y a la vez sirve para disparar contra indígenas, ambientalistas, y otros muchos más, acusándolos de ser unos desalmados que impiden revertir la miseria.

Sé que muchos dirán que estas líneas son exageradas. No tanto por haber indicado las propiedades mágicas de los extractivismos, sino por preguntar si curan las hemorroides. Pero después de mucho pensarlo decidí mantener esa palabra. Es que estos discursos extractivistas quieren convertir en hechos aceptables, naturales, y hasta beneficiosos, lo que en realidad son acciones espantosas, como afectar a indígenas en aislamiento o acabar con áreas protegidas. Para romper esa naturalidad muchas veces es necesario un sacudón. Y la palabra hemorroides logra ese efecto. Pero además es un término que ilustrativo, ya que en sentido estricto quiere decir “fluir de la sangre”. Me pregunto si no es justamente eso lo que observamos con los extractivismos actuales, con ese lento y persistente drenaje que proviene de las entrañas de la Naturaleza.

Si es así, debe quedar en claro que los extractivismos mágicos no curan ese sangrado de nuestra Madre Tierra, sino que son una de sus causas. Es una terrible paradoja que se presente a una enfermedad como si fuera una medicina.

Una primera versión de este artículo se publicó en “El Desacuerdo” No 7, en La Paz (Bolivia)

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