domingo, 16 de febrero de 2014

Chile: La mala

Hace poco se publicó en Chile Doña Lucía, una investigación periodística sobre Lucía Hiriart, la mujer de Augusto Pinochet, y en un par de meses lleva tres ediciones y contando. Era obvio que iba a ser un superventas, era obvio que la historia de la viuda del dictador, que está viva y reside en Santiago, nos tenía que interesar: durante diecisiete años su figura de mujerona ridícula y su vocecita insoportable fueron parte del paisaje que hoy es maldición y es sombra. Lucía fue el complemento perfecto del cambio que supuso la imposición de la bota militar: mientras la Junta perseguía a los partidarios de Allende con una crueldad que nadie había anticipado, ella, que muy pronto demostró un afán de figuración sin orilla, se ungía a sí misma como vocera del retorno del orden doméstico y la obediencia tradicional.

Lucía Hiriart fue para mi generación la encarnación más nítida de la vieja de mierda, arquetipo universal que no dudo que exista también,  con sus variantes, en Colombia. La odiábamos, porque ella y los suyos nos estaban haciendo daño, pero incluso entre la clase alta de derecha era un personaje ridiculizado –por el prejuicio de clase hacia las “mujeres de milico”–, desdén que entre ellos solo se convirtió en indignación después de las revelaciones judiciales del caso Riggs, cuando se descubrieron millonarias cuentas en bancos extranjeros de ese patriota soldado y su familia.

Lo que no era tan obvio es por qué tardamos tanto. Por qué nadie pensó antes que podía ser importante tratar de comprender las motivaciones de una mujer que tuvo tanto poder sobre nosotros, mereciéndolo tan poco. Quizás algún antiguo colaborador del personaje pudo contar ciertas verdades. Pero las jefas de gabinete no escriben libros, los guardaespaldas no escriben libros, los soldados tratados como servicio doméstico no escriben libros. Podrían haberlo hecho, por supuesto, pero hoy Lucía y su familia son un virus, y nadie quiere acordarse de que algún día estuvo muy cerca, inoculado, contagiado con ese virus.

Eso ya no importa. Doña Lucía existe por fin, gracias a la periodista Alejandra Matus, y el resultado, incluso para los

que creíamos estar enterados de muchas cosas, es sorprendente y desgarrador. Desgarrador porque nos retrotrae a esa situación insoportablemente injusta y a la vez tan difícil de comprender, la de que una pareja sin ningún mérito personal, ningún talento, ningún logro intelectual y no digamos ya moral haya ejercido durante tanto tiempo en mi país, y de formas tan vulgares y crueles, un poder que los deformó hasta convertirlos para muchos de nosotros en personajes de caricatura, que es uno de los modos con que nuestra psicología escoge lidiar con un panorama demasiado difícil de aceptar.

Este panorama demasiado difícil de aceptar es el nudo del libro, y el sombrío paisaje que dibuja  es uno  en el cual dos personas comunes y corrientes pueden convertirse en déspotas si están en el momento y el lugar correctos, y si han acumulado durante su vida la suficiente dosis de humillación como para mandar a la muerte, a la tortura y al exilio a personas con quienes tenían cercanía familiar y social hasta solo semanas o días antes.

Y digo humillación, y no odio ni envidia ni miedo, porque creo que la clave de muchos comportamientos crueles y tiránicos está, antes que en el miedo, el odio o la envidia, en la humillación. Incluso el miedo es posterior a la humillación, en la forma de miedo a ser descubiertos humillándose, miedo a que esas humillaciones se repitan, miedo de tener cerca a quienes puedan atestiguar tu humillación.(Orlando Letelier, canciller y ministro de Defensa de Allende, que sería asesinado en Washington por agentes de la dictadura, diría de Pinochet, en la época en que este era un subordinado, que era “tan zalamero y servil que parecía como esos peluqueros que te persiguen con el cepillo después de cortarte el pelo y no dejan de cepillarte hasta que les das su propina.”)

¿Quién es esta mujer que durante diecisiete años se creyó la reina de Chile? Esta reina de corazones que estaba tan segura de su poder que repetía, en momentos de decisiones políticas, en gabinetes y reuniones, “¡hay que hacerlo sin contemplaciones!”. Pues una mala estudiante que se casó casi niña con un militar mediocre y aparentemente sin futuro. Más tarde, los currículos oficiales dirían que tenía estudios de educación de párvulos, pero nadie sabe dónde los hizo ni con qué resultado. Nunca desarrolló una afición, un interés, un talento. Ni libros ni música ni pintura ni jardinería ni mascotas, ni siquiera cocina. Aunque en su época de Primera Dama obligatoria fue la adalid de la ideología que sitúa el papel de la mujer en la casa con sus niños, odiaba las labores domésticas y llegó a tener decenas de personas a su servicio, todas, por cierto, pagadas por nosotros y pertenecientes al Ejército, que Lucía trataba como si fuera su propia agencia de empleos.

Pinochet dijo en sus memorias que ella pasaba días enteros en museos y bibliotecas, pero es muy poco probable. Lucía de Chile desarrolló todos los rasgos de la clásica mujer de dictador. Reina de belleza del colegio, vengativa con las mujeres que pudieran hacerle sombra, intrigante, caprichosa, fría, derrochadora. Y aunque hay cosas más importantes que el dinero, los pasajes más comentados del libro son aquellos en que la vemos gastándose millones de dólares, nuestros millones de dólares, en caprichos, ropa, regalos a sus favoritos, mansiones. No estábamos acostumbradosa esa forma de pillaje. No lo estamos todavía. Quizá por eso sorprenden incluso sus demostraciones menores de racanería y vulgaridad, como esa vez en que al bajar de un avión de lan mandó a un guardaespaldas a sacar las mantitas del avión para llevárselas a su casa de descanso: no unas cuantas, todas las mantitas. Y cuando un avergonzado  asesor  fue  a decirle  que  esas  cosas  son  de l a vión  y  uno  no  se  las  lleva,  ella  le  contestó   tan  campante: “¿Pero lan no es del gobierno acaso?”.

¿Qué pasa por la cabeza de una persona así?

El libro recuerda declaraciones suyas que hoy casi no podemos creer que sean reales, como cuando le pidieron su opinión sobre el incidente en que dos jóvenes fueron brutalmente quemados por una patrulla militar, y ella dijo: “Para qué se queja esta niña, si se quemó tan poco” (el otro joven murió por el ataque). O, en plena crisis económica, cuando le preguntaron si había hambre en el país: “Lo que llaman hambre no existe en Chile. Porque los que más pueden sufrir hambre son los niños, y nosotros tenemos protegidos a los niños. En cambio el adulto, si come una vez al día puede vivir perfectamente y no pasar hambre”.

¿Qué pasa por la cabeza de una persona así?

El libro describe una serie larga de circunstancias vividas por ella como humillaciones. Como que Pinochet fue siempre la última antigüedad de su curso, el que no destacaba en nada, no tenía posturas firmes acerca de nada, y que sin los contactos de su suegro jamás habría llegado a ascender en su carrera.

Como que él le pusiera los cuernos permanentemente, incluso en el Palacio de La Moneda. O quizás ver que en su familia había mujeres médicos o abogadas (por cierto, una prima fue secuestrada de su casa, delante de sus hijos; estuvo en la cárcel y debió partir al exilio, sin que la mujer de Pinochet mostrara una gota de lástima), y un padre que era un profesional muy respetado, un político laico y progresista, senador y ministro en gobiernos previos.

Ese padre, de hecho, es el personaje trágico de esta obra, el rey Lear de esta obra. Y es trágico no porque Osvaldo Hiriart no tuviera la fortaleza para oponerse más decididamente a la conducta criminal de su yerno y su hija, sino porque el hogar que él formó, esa familia de clase media con muchos parientes y largas sobremesas donde se discutía de política contingente, podría haber sido el de cualquiera de nosotros, y la hija que él formó, esa joven reina de belleza, ese misterio calamitoso, podría estar incubándose, quién sabe, en cualquiera de nosotras. O


Andrea palet (chile, 1965). Dirige el Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales

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