lunes, 12 de mayo de 2014

Argentina. Historia de una desobediencia

Argentina. Historia de una desobediencia Hace muy poco, 62 legisladores nacionales firmaron en el Parlamento el proyecto de ley que contempla la interrupción voluntaria del embarazo durante las primeras doce semanas de gestación.

La imaginación de la realidad. Hace muy poco, 62 legisladores nacionales firmaron en el Parlamento el proyecto de ley que contempla la interrupción voluntaria del embarazo durante las primeras doce semanas de gestación. Fue elaborado por las organizaciones que participan de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Estamos hablando cuando la lucha de los movimientos populares, en especial del movimiento de mujeres, disputa contra un régimen social basado en el miedo a creencias religiosas y en la discriminación. También contra la gula económica de corporaciones médicas y laboratorios. Nada más avasallante que pisotear los principios fundamentales de una existencia digna: la igualdad, la libertad y la justicia.

La constatación de que esta realidad tiene antecedentes se la debemos a la escritora feminista Mabel Bellucci, quien en su libro Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo narra el largo y espinoso camino del movimiento feminista por la conquista de la libertad de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. Sus protagonistas son aquellas rebeldes que dijeron “no” al sometimiento y a los abusos del poder en tierras poderosas. Fue allá por los años ’60 y ’70 que se presentaron batallas en los puntos neurálgicos de los Estados Unidos –Nueva York, Chicago y Boston– para más tarde repetir las paradigmáticas campañas del “Yo aborté” llevadas a cabo en Francia y en Italia.

Esas ansias por adueñarse de sus cuerpos y de su decisión reproductiva cruzaron fronteras para afincar tales ideales en nuestro país hasta el presente. De esta manera se retratan las tensiones y complejidades entre un feminismo naciente, solitario y de pequeños grupos y las organizaciones político-armadas junto con los partidos de izquierda durante la década donde la revolución estaba a la vuelta de la esquina. De inmediato, en nuestro querido país irrumpieron los dioses de botas y charreteras. Inmovilizar el tiempo en las cárceles y en los centros clandestinos de detención fue su propósito más anhelado. Si bien estos matones de garrote devastaron a los movimientos populares, de esas cenizas nació la resistencia en manos de un reducido número de amas de casa que por su valentía entraron de lleno a la Gran Epopeya. Pero Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo no se frena allí. Prosigue su pesquisa con la reactivación de las mujeres organizadas y su fortalecimiento durante la transición democrática. 

Después relata las reacciones feministas al impacto de la convertibilidad bajo el manto del neoliberalismo durante el menemato; la revuelta plebeya de 2001 con sus ensayos exploratorios de democracia directa con las asambleas populares. Allí, el debate del aborto se fugó de las filas del feminismo para ser lema de otros movimientos populares. Si esto no es un triunfo, ¿de qué estamos hablando entonces? Por último, Mabel Bellucci cierra su investigación con el surgimiento de la “Campaña Nacional por el Derecho del Aborto Legal, Seguro y Gratuito”, en 2005. La presenta con dinamismo al entrevistar a dos referentes fundamentales e imprescindibles de este espacio. Pese a los años transcurridos en una Argentina con tantas idas y venidas, hoy la campaña prosigue en ascenso gracias a la prepotencia del trabajo de sus integrantes, diría Roberto Arlt.

En este libro, todas estas activistas se entrecruzaron como enredaderas en el relato y en el testimonio, y fueron retratadas con minuciosidad por la autora. Así salieron por su propio impulso de la humillación a la que estaban sometidas por el yugo machista y llevaron como “mascarón de proa la imaginación y la tenacidad de la vida”. Sólo ellas son soberanas de su reproducción biológica y de su decisión o no de abortar. Por más que los médicos y las religiones las amedrentan con el fin de desviarlas de su objetivo, si ellas tomaran esta determinación, lo harán hasta el punto de exponer sus vidas y su salud para decir: “¡Basta!”. Tendré el gusto de presentar Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo el 11 de mayo en el marco de la Feria del Libro, en la Sala ABC, Pabellón Blanco, de 18 a 20, junto con invitadas e invitados jóvenes provenientes de la militancia y también de la academia.

Nuestra historia está plagada de ejemplos de mujeres desobedientes que no se doblegaron para reclamar sus derechos. Ya sabemos de nuestras queridas Madres. Ellas aplicaron su desobediencia debida y su rebeldía cuando el miedo y la cobardía de todos cerraban las puertas. La época argentina ganó su mejor página. Un pañuelo blanco contra la picana, la desaparición, el robo de niños, las patotas de la cúspide. Mil jueves, el pañuelo blanco. El mejor aporte a la democracia en estos treinta años.

También en la obra Las putas de San Julián, un espectáculo que se presenta en el Teatro Nacional Cervantes basado en un episodio de mi libro La Patagonia rebelde, recreamos la dignidad y valentía de ese núcleo de mujeres pobres y anónimas que desobedecieron las órdenes militares por el fusilamiento de cientos de peones rurales. Sucedió el 17 de febrero de 1922, en Santa Cruz. En un mísero prostíbulo, nativas e inmigrantes se negaron a prestar sus servicios a la soldadesca que ejecutó a los trabajadores que llevaron a cabo la huelga. Sobre todo es un homenaje a ellas, quienes protagonizaron ese hecho que durante años fue tabú, porque implicaba directamente al Ejército Argentino y a la máxima autoridad de la República, Hipólito Yrigoyen. En medio de tanta ignominia, latrocinio y crímenes irreparables, fueron las únicas que se plantaron ante el Ejército, en homenaje a tanto obrero fusilado. Estuvieron más fuertes que nunca frente a la miserabilidad de los obedientes debidos.

Por último quisiera hacer un reconocimiento a la Comisión por el Derecho al Aborto, agrupación autogestiva que tuvo como único objetivo luchar por esta demanda prioritaria del feminismo. De allí que transcribo las ideas centrales de una entrevista que se publicó en la revista Nuevos Aportes, en 1998. Recuerdo que las integrantes de la Comisión, representada por la histórica referente Dora Coledesky, estuvieron desde los primeros momentos en que se constituyó la cátedra libre sobre Derechos Humanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí se creó la cátedra de género a cargo de Marcela Franco, María Antonia Sánchez y Nora Pulido. Y todas juntas trabajaron intensamente para debatir las cuestiones vertebrales que atañen a las mujeres. Entonces acompañé el planteo del aborto en ese ámbito universitario para empezar... pese a todo. El optimismo tiene que existir.

A modo de coda: el aborto es uno de los temas fundamentales de la vida de las mujeres y hombres, y me extraña que las mujeres argentinas no hayan tomado en sus manos, no hayan hecho conocer a la población su modo de pensar. En nuestro país se dan muy pocas chances a la mujer de realizar su propia vida y su propio pensamiento. Existe oportunismo en los políticos, mucha ignorancia y conformismo, y de fondo una latente crueldad e hipocresía por mantener en la clandestinidad al aborto. Soy partidario de avanzar mucho más y de llegar a la absoluta voluntad de la mujer. Y me parece bien que el Estado y organismos comunitarios mantengan oficinas de consejo con gente entendida, como médicos, psicólogos, sociólogos, que tengan una comprensión más profunda del tema. En los lugares donde se había avanzado en los acuerdos sociales sobre el aborto están habiendo retrocesos. 

En el caso de Alemania, últimamente, por orden del Papa, la intervención que tenía la Iglesia en los consejos fue retirada y ha iniciado una campaña contra la ley, es decir, después de tanto trabajo, el Papa da una orden totalmente reaccionaria. La otra cuestión es el abandono total de las adolescentes, las madres solteras, las que quieren tener hijos y las que simplemente no desean tener hijos. Aquí debe ser fundamental el consejo de mujeres que aman la vida y puedan transmitir sus experiencias a aquellas que se ven de pronto ante problemas en los que se juega con la vida y el derecho de cada uno. Creo que también es preciso debatir la anticoncepción junto con el tema del aborto. Las mujeres deben instalar el tema y van a ser apoyadas siempre por los hombres de buena voluntad que anhelan una vida de comprensión entre los sexos.



Ecuador/ Gobierno-Indígenas: la única salida es el diálogo (entrevista)

Por: José Hernández

La entrevista (?)

Desde hace algún tiempo se habla de una crisis del movimiento indígena. ¿Esta crisis se mantiene, ha cambiado de naturaleza, se ha superado?

He seguido al movimiento plurinacional Pachacutik desde que nació en el año 96. Los resultados del último febrero estarían mostrando más bien un fortalecimiento en las poblaciones más vinculadas con la zona central y la Amazonía. Ellos han logrado conseguir unas 30 alcaldías, 4 prefecturas y varios concejales urbanos y rurales y juntas parroquiales. Es más, superaron el índice que les pide el Código de la Democracia para mantenerse como movimiento.

Esto obedece a un proceso que se inició hace poco en el cual ellos se impusieron recuperar el apoyo de las organizaciones de base. En ese sentido es bastante difícil separar el movimiento electoral, que es Pachacutik, del movimiento político y social, que es el movimiento indígena, representado por la Conaie.

Humberto Cholango, presidente de la CONAIE, es duramente criticado por su cercanía con el Gobierno. ¿Estar cerca o lejos del Gobierno resume, en este momento, lo que pasa en esa organización?

Entiendo que la próxima semana (esta) es el Congreso de la Conaie para cambiar de directorio. Me da la impresión que un punto de vista es radicalizar las distancias con el Gobierno en la medida en que Humberto (Cholango) quiso, en algún momento, conversar con el Gobierno. Hay que distinguir una cosa: conversar, no quiere decir que se alinee con el Gobierno.

Yo he estado recorriendo el país y tenemos que reconocer una cosa: la acción del Gobierno ha sido premeditada para dividir al movimiento indígena y, en algunos casos, lo lograron como en el Chimborazo. En otros casos, no. Y electoralmente ganaron. Entonces, seguirá habiendo esta pugna. Me parece también que la posibilidad de algún tipo de acuerdo con el Gobierno está abierta. Desde el movimiento puede ser que sí haya la disponibilidad; desde el Gobierno es una opción cerrada por el momento.

¿Pero el Congreso del próximo fin de semana se jugará mucho sobre radicalizar o no la relación con el Gobierno?

Creo que hay muchos elementos más críticos que la mera conversación con el Gobierno: el tema de minería, la décima primera ronda petrolera, la Ley de aguas que es un conflicto muy fuerte y la de tierras que se viene inmediatamente.

En esos temas estriba, precisamente, el distanciamiento o no con el Gobierno. La posibilidad de tensionar o no la cuerda.

La experiencia histórica muestra que el movimiento indígena, en su relación con el Estado, siempre ha tensionado la cuerda y muy fuertemente. Este es uno de esos momentos. El marco ahora es que el movimiento de pronto sí está dispuesto a conversar, pero su interlocutor, que es el Estado, no.

¿La radicalización es meramente coyuntural o los puntos de vista son muy distantes y el éxito electoral del 23-F, que usted anotaba, pudiera aupar un conflicto mayor con el Gobierno?

Creo que sí. Lo que se está jugando en este momento son cosas muy fuertes. En la Amazonia sientes muy claramente lo que significa minería y petróleo. En el centro y el suroriente hay una oposición muy clara a este proceso. Para darte un dato, en la provincia de Morona Santiago, el Gobierno invirtió $600 millones  en los últimos años. Es algo que no había pasado nunca. Es una inversión que para la gente de allá es inmensa. Pues bien, perdieron. Eso está demostrando que el tema de los recursos y las obras físicas no son suficientes. Hay procesos políticos en marcha que marcan, digamos, otra serie de fidelidades a políticas que no son necesariamente las que el Gobierno está aplicando.

Usted ha analizado la relación del movimiento indígena con los gobiernos a través de los años. ¿Lo que ocurre es igual a lo que ha habido tradicionalmente, o hay puntos de disenso tan álgidos que pueden llevar a que la tensión cambie de naturaleza?

Creo que sí. Me parece que ahora lo que se pone más crítico es el acceso a los recursos naturales estratégicos. Ahí hay un punto muy serio porque se está discutiendo inclusive el tipo de desarrollo que se quiere para el país. Esto me parece que sí amerita una discusión y un debate importante en el país: que se pueda exponer las diversas posiciones y se pueda alcanzar, si fuera el caso, algún tipo de acuerdo.

¿Encuentra usted posibles mediaciones y mediadores o las posiciones son ya muy extremas?

Creo que hay un camino que la Constitución ya propuso: la Corte Constitucional. Es la instancia más grande de la Justicia y me parece un espacio muy interesante para dirimir este tipo de cosas. Desgraciadamente la Corte no se compone de un conjunto de constitucionalistas que sepan de este tema y sabemos que las decisiones que ha tomado han sido, generalmente, alineadas con el Gobierno.

Estamos enfrentando el tema que ya planteó el movimiento indígena de Sarayaku: sacar su reclamación fuera del país, al derecho internacional y a las instancias de derecho internacional.

Eso en el caso de Sarayaku, pero en otros temas no hay precedentes jurídicos tan importantes. No hay, entonces, una mediación jurídica en el país. ¿Ve alguna posibilidad de entendimiento político?

No creo sinceramente. Ha habido una serie de medidas que el Gobierno ha tomado en estos 7 años que han golpeado duramente al movimiento. Pero a pesar de eso, el movimiento indígena se mantiene y ha demostrado que va a seguir luchando por lo que se han propuesto: la lucha por el Estado Plurinacional e Intercultural. El Gobierno tiene una interpretación de eso, los indígenas tienen otra. Tampoco hemos iniciado en el país una discusión seria sobre este carácter plurinacional e intercultural que tiene el Estado ecuatoriano. Hacerlo, me parecería un hecho fundamental.

El Gobierno dice que las bases indígenas no apoyan a sus dirigentes. ¿Qué vio usted en los recorridos que ha hecho últimamente por el país?

Creo que ahí hay un error muy grave. Insisto en que el movimiento indígena es un movimiento social con bases organizadas. Que haya tenido altas y bajas es otro problema. Lo que no tiene justamente Alianza País en este caso, y eso se demostró muy claramente en las últimas elecciones, son movimientos sociales organizados.

He visto la posición de los dirigentes y la posición de las organizaciones de base. Me parece que ahora hay un gran esfuerzo, por parte de las organizaciones indígenas, de acercarse con mucha más fuerza a las organizaciones de base. Y eso se demuestra, de alguna manera, en la votación que tuvo el movimiento indígena el 23 de febrero.

El Gobierno quiere aplicar legítimamente su política en temas como el minero. Y las comunidades tienen constitucionalmente derecho a participar en aquello que afecte sus territorios. Si la Corte Constitucional no es un camino, si el diálogo político está bloqueado, ¿cuál es la salida?

La única salida es el diálogo político con los involucrados. Las diferentes confrontaciones que han tenido los movimientos indígenas con el Estado ecuatoriano, desde los años 90, han desembocado en ese tipo de acuerdos. Algunos han prosperado, otros no. No veo otro espacio. Aquellos que se podrían haber logrado, mediante la Constitución de 2008, están en manos del Gobierno, y eso ya da una posición unilateral en el conflicto.

Lo que veo es el acuerdo, el arreglo, la negociación, el diálogo político entre las partes. No veo otra salida.

De no darse esto y de perseverar el Gobierno, como se ve que quiere hacer en Íntag, –y es solo un ejemplo– ¿cuál es una lectura sobre lo que podría pasar en la relación del Estado con las comunidades indígenas?

El uso de la fuerza me parece la medida más inadecuada. Ahora no es lo mismo usar la fuerza policial que están usando en Íntag que tratar de utilizar la fuerza policial–militar en la Amazonía. Como se ha podido ver en Sarayaku, eso es bastante difícil.

Es una salida extrema, con la que estoy en desacuerdo. Me parece que hay que agotar todas las medidas de diálogo. Si el Gobierno se va por otra línea, habrá enfrentamientos muy, muy serios.